En octubre, la refinería Olmeca (Dos Bocas) registró su primera caída mensual de producción de combustibles, cercana a 3.5 %, pero aun así aportó alrededor del 18 % del total nacional. Este análisis premium de AI Regula Solutions explica qué revela esta volatilidad sobre la narrativa de autosuficiencia, la estabilidad del Sistema Nacional de Refinación y los riesgos de depender de una sola planta para sostener la estrategia energética del gobiern
La refinería Olmeca, en Dos Bocas, ya no solo es el símbolo político de la autosuficiencia: es una pieza que empieza a mover de manera visible las cifras reales de producción de combustibles en México. En octubre, la planta registró su primera caída mensual en volúmenes de combustibles, del orden de 3.5 %, pero aun así aportó cerca del 18 % del total refinado a nivel nacional.
La lectura rápida sería que se trata de un ajuste menor, esperable en una refinería en proceso de estabilización. La lectura de fondo es más compleja: por primera vez, el sistema energético mexicano experimenta en la práctica lo que significa tener una nueva refinería que pesa casi una quinta parte de la producción total, con una operación todavía sensible a variaciones de mezcla de crudos, ajustes de unidades y paros parciales.
La caída de octubre no invalida el avance de Olmeca, pero sí desnuda el nivel de volatilidad con el que el Sistema Nacional de Refinación deberá convivir en los próximos años. Cuando una sola instalación concentra una proporción tan alta de la producción nacional, cualquier desviación mensual —por mantenimiento, ajustes de calidad, problemas logísticos o incidentes operativos— se traduce en un impacto medible sobre la oferta interna y sobre la narrativa oficial de que el país está “procesando más en casa”.
El primer descenso mensual de Dos Bocas llega en una etapa donde la refinería todavía está afinando su curva de aprendizaje. La planta enfrenta desafíos típicos de una instalación de esta escala: calibrar la mezcla de crudos entre pesados y ligeros, estabilizar sus unidades de conversión profunda, asegurar calidad de productos finales y coordinar la salida de combustibles por ducto, buque o autotanques.
Esa sensibilidad se refleja en números. Una variación de 3.5 % en el volumen procesado o en los rendimientos de combustibles limpios puede parecer marginal en una gráfica, pero cuando la refinería representa cerca de 18 % del total nacional, se trata de cientos de miles de barriles menos al mes que deben compensarse con mayor carga en otras plantas del sistema, incrementos de importación o reducción de inventarios.
La mezcla de crudos es uno de los puntos críticos. Olmeca fue diseñada para procesar principalmente crudo pesado nacional, pero la realidad productiva de Pemex —con declive en ciertos campos y necesidad de ajustar calidades para otras refinerías— obliga a jugar con proporciones que no siempre son ideales. Cada cambio en la mezcla puede requerir ajustes finos en la operación, que se traducen en variaciones de rendimiento y, en ocasiones, en menor producción temporal.
La logística también impone límites. A diferencia de refinerías históricas como Tula o Salamanca, Dos Bocas se ubica en una zona costera donde la salida de productos se apoya fuertemente en infraestructura que todavía se expande: terminales marítimas, conexiones a ductos existentes, capacidad de almacenamiento y sistemas de carga a autotanques. Si la logística se estresa —por clima, saturación de tanques, ventanas de carga o fallas en ductos— la planta puede verse obligada a reducir temporalmente procesamiento para evitar desbordar su sistema de tanques.
Todo esto ocurre mientras el gobierno sostiene el discurso de que la autosuficiencia en gasolinas y diésel está a la vuelta de la esquina. El tropiezo de octubre no significa que la meta sea imposible, pero sí introduce una variable incómoda: la autosuficiencia no solo depende de la capacidad instalada, sino de la estabilidad dinámica del sistema, y hoy ese sistema se apoya con creciente peso en una refinería que aún no ha probado su consistencia a lo largo de ciclos completos de mantenimiento y operación.
De cara a 2026, la estrategia energética del gobierno tendrá que reconocer explícitamente esa volatilidad. Basar la credibilidad de la autosuficiencia en proyecciones lineales "como si la producción de Olmeca creciera de forma constante y sin sobresaltos" supone ignorar las lecciones de la propia historia del Sistema Nacional de Refinación: paros no programados, problemas en catalizadores, mantenimientos diferidos y cuellos de botella en logística han sido, por años, parte del paisaje.
La diferencia ahora es que un tropiezo de Dos Bocas arrastra consigo una porción mucho mayor de esa narrativa. Si la planta se consolida técnica y logísticamente, puede efectivamente aportar una base más sólida para reducir importaciones y mejorar la balanza de refinados. Si la volatilidad se repite y amplifica, México se encontrará en una posición incómoda: haber invertido una suma histórica en una instalación cuya producción, aunque relevante, no logra sostener el relato de autosuficiencia ni blindar al país frente a shocks externos.
El octubre de Dos Bocas, con su primera caída mensual y su peso del 18 % en la oferta nacional, funciona como advertencia temprana. No basta con que una refinería produzca mucho; debe producir de forma estable, con mezcla adecuada de crudos, red logística alineada y un entorno de producción petrolera que le garantice materia prima suficiente. Apostar la narrativa energética de todo un país a la curva de aprendizaje de una sola planta es, en el mejor de los casos, una jugada de alto riesgo; en el peor, el inicio de una nueva fragilidad estructural disfrazada de autosuficiencia.
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