Pemex reconoció ante la SEC que la refinería Olmeca operó solo al 18 % y paró dos meses por hidrocarburo fuera de especificación; el proyecto ya cuesta US$20 959 millones y sigue en construcción.
El olor a hidrocarburo flotaba en el aire húmedo de Paraíso cuando, en diciembre pasado, los ingenieros de la refinería Olmeca recibieron la orden de apagar válvulas. El crudo que llegaba por ducto estaba cargado de sal y agua más allá de lo que las líneas nuevas podían soportar. Así, la planta estrella de la llamada “soberanía energética” quedó en silencio durante dos meses. La historia salió a la luz no en un boletín oficial, sino en un informe que Pemex envió a la SEC: Dos Bocas —inaugurada con fanfarrias en julio de 2022— sigue en fase de construcción y pruebas, opera al 18,4 % de su capacidad y acaba de elevar su cuenta a US$20 959 millones, más del doble de la promesa inicial.
Cuando las unidades de proceso detectaron niveles de contaminantes, la seguridad dictó el paro inmediato. El crudo pesado que Pemex produce en más de la mitad de sus campos llegó con un corte de agua que sus sistemas de desalado aún no manejan. Para reanudar operaciones en febrero, los técnicos debieron mezclar una dieta más ligera y purgar las unidades. El frenazo contribuyó a una pérdida neta de 43 300 millones de pesos en el primer trimestre de 2025 y expuso la fragilidad de la nueva refinería, diseñada para procesar exactamente el hidrocarburo que ahora la obliga a detenerse.
El director Víctor Rodríguez Padilla admite que aún faltan certificaciones y que varias plantas secundarias siguen en montaje. Los pagos anticipados a contratistas pasaron de 4 000 a 4 300 millones de pesos en solo tres meses, prueba de que la obra vive una segunda ola de ampliaciones para corregir fallas de integración. Mientras tanto, el tren 2 —donde ocurrió la parada— recibe crudo importado más dulce para no forzar sus desaladoras, contradiciendo el discurso de autosuficiencia.
Expertos como Gonzalo Monroy señalan un contrasentido: Dos Bocas se concibió para crudos densos, pero su sistema aún no puede lidiar con la sal y el agua que acompañan a los barriles extraídos en campos envejecidos. Para Ramsés Pech, la falta de inversión en manejo de agua en boca de pozo trasladó el problema a la refinería. Pemex, con una deuda financiera de más de US$101 000 millones y adeudos a proveedores que rebasan los US$20 000 millones, no tiene margen para invertir en todos los frentes y termina parchando sobre la marcha.
Andrés Manuel López Obrador prometió ocho mil millones de dólares y 340 000 barriles diarios; tres años después, el país paga casi tres veces más para obtener menos de una quinta parte de esa capacidad. Claudia Sheinbaum mantiene la obra viva, pero recorta la meta nacional de refinación a 1,8 millones de barriles diarios para contener emisiones y gastos. En voz baja, funcionarios reconocen que la única salida es asociarse con privados para mejorar la calidad del crudo y financiar la infraestructura pendiente.
Pemex prevé terminar pruebas integrales antes de 2026, pero cada día de retraso erosiona finanzas y credibilidad. El mercado observa: si la refinería no logra estabilidad, México seguirá importando gasolina cara mientras quema dinero en una planta a medias. Dos Bocas debía ser el motor de la autosuficiencia; por ahora, funciona como recordatorio de la distancia entre el discurso y la destilación.
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