Pemex enfrenta su mayor reto: deuda histórica, producción en caída y un plan que apuesta por refinación y alianzas privadas.
Petróleos Mexicanos, emblema de la soberanía energética desde 1938, enfrenta hoy una realidad que contrasta con su pasado glorioso: es la petrolera más endeudada del mundo y su modelo operativo se tambalea. Con una deuda que supera los 98 mil millones de dólares y una producción en declive, el gobierno federal ha lanzado un plan estratégico para rescatarla, prometiendo que en 2027 será autosuficiente. Pero la pregunta persiste: ¿es viable sostener una empresa que consume recursos públicos mientras el mundo acelera hacia energías limpias?
El Plan Estratégico 2025–2035 busca reducir la deuda, estabilizar la producción en 1.8 millones de barriles diarios y fortalecer la refinación para sustituir importaciones de combustibles. Pemex también abre la puerta a asociaciones privadas en proyectos de fracking y aguas profundas, bajo esquemas de coinversión y reparto de riesgos. Sin embargo, expertos advierten que las condiciones fiscales y la inseguridad jurídica podrían limitar el interés de grandes operadores internacionales.
Mientras se destinan miles de millones para salvar a Pemex, sectores como salud, educación y transición energética ven recortados sus presupuestos. La estrategia mantiene la dependencia de combustibles fósiles y posterga incentivos para electromovilidad y energías renovables, pese a que México tiene condiciones óptimas para liderar la descarbonización en América Latina. El riesgo es claro: prolongar un modelo que drena recursos y frena la competitividad en un mundo que exige innovación verde.
Pemex sigue siendo un símbolo nacional y un gran empleador, pero su futuro dependerá de algo más que discursos sobre soberanía. La empresa necesita eficiencia, transparencia y una visión que concilie seguridad energética con sostenibilidad. De lo contrario, el costo de mantener vivo este gigante podría ser demasiado alto para el país.
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