México y EE. UU. trazan un pacto para reforzar la seguridad energética; Pemex podría abrir la puerta a inversiones mixtas que cambien las reglas del petróleo nacional.
En un salón discreto de la Secretaría de Energía, la titular Luz Elena González Escobar estrechó la mano del embajador estadounidense Ronald Johnson. Afuera, la ciudad seguía su rutina; adentro, se tejía el borrador de un acuerdo que podría redefinir la manera de invertir en PEMEX y el futuro del crudo mexicano. El encuentro, envuelto en la habitual opacidad diplomática, duró poco más de una hora y terminó con sonrisas medidas y un comunicado pulcro: México y Estados Unidos “exploran caminos conjuntos para garantizar la seguridad energética de América del Norte”.
Pemex llega a la mesa con la respiración entrecortada: carga una deuda financiera que supera los 100 000 millones de dólares y arrastra pagos a proveedores por más de 400 000 millones de pesos. Cada barril que deja de producir es un recordatorio de su fragilidad. Aun así, la petrolera sigue siendo el emblema nacional del petróleo y el principal activo del Estado. La pregunta que ronda a inversionistas y ciudadanos es la misma: ¿cómo rescatar al gigante sin venderle el alma?
Del lado estadounidense, la premisa es clara: un vecino seguro y autoabastecido en energía es un socio estratégico. Con la transición verde en el horizonte y los centros de datos devorando electricidad, EE. UU. busca estabilidad en su frontera sur. No es filantropía: es negocio. Gas natural, interconexión eléctrica y producción colaborativa de crudo forman el trípode de la propuesta que Johnson llevó a la avenida Insurgentes.
La administración de Claudia Sheinbaum ya coquetea con modelos de inversión mixta: capital privado que entra, pero la rectoría estatal no se cede. En la práctica, esto podría traducirse en campos compartidos, refinerías modernizadas con dinero extranjero y esquemas fiscales que recompensen cada peso invertido en aumentar la producción de petroleo. Para el ahorrador mexicano, surge una ventana: bonos especializados, futuros de crudo nacional y vehículos de inversión atados a la rentabilidad de nuevas alianzas.
Los optimistas ven una ruta para que Pemex mejore sus índices de producción sin endeudarse más; los escépticos temen que el capital privado termine dictando condiciones de mercado y precios en un insumo que toca la vida diaria de millones. Mientras tanto, el acuerdo binacional avanza en silencio hacia mesas técnicas donde se discutirán cuotas, garantías y tiempo de reembolso.
En los próximos seis meses se instalarán grupos de trabajo binacionales para definir proyectos piloto en el Golfo y corredores eléctricos transfronterizos. Las reglas del juego para invertir en PEMEX podrían publicarse antes de que termine el año fiscal. Para entonces, la sensación de urgencia habrá crecido: si la petrolera no aumenta su bombeo, la factura de la importación de combustibles seguirá vaciando los bolsillos nacionales.
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