Con Pemex ahogado por deudas y pagos atrasados, Carlos Slim insta a permitir mayor producción privada de crudo y duplicar la inversión para estabilizar la petrolera.
El salón rebosaba de cascos blancos y overoles azul petróleo. Era el Día del Ingeniero, pero la celebración se tornó terapia de grupo cuando Carlos Slim Helú tomó el micrófono. El magnate, acostumbrado a sumar ceros a su patrimonio, dejó clara una ecuación distinta: “Si Pemex no produce más, pierde México”.
Primero desgranó la factura: MX$404 000 millones a proveedores y US $101 000 millones de deuda financiera. Los números, dijo, son una bomba de tiempo que ya expulsó a contratistas clave y frenó perforaciones que podían dar oxígeno inmediato.
Luego lanzó la propuesta: voltear la estrategia —menos exploración en busca de tesoros inciertos y más producción con campos probados—. El plan implica abrir la puerta a las empresas privadas, no para despojar al Estado, sino para bombear el crudo que Pemex hoy no puede costear. El espejo es Zama: Grupo Carso está listo para financiar la parte de Pemex y acelerar la primera gota de un yacimiento que podría aportar 10 % de la producción nacional.
Slim extendió la alarma al tablero eléctrico. Centros de datos, inteligencia artificial y fábricas nearshoring dispararán la demanda, pero las líneas de transmisión envejecen sin mantenimiento. “La inversión debe superar el 20 % del PIB —insistió— y cada peso privado necesita reglas claras y consistentes”.
Mientras tanto, Palacio Nacional reconoce límites presupuestales. Con la nueva administración, todo indica que la cooperación público-privada dejará de ser anatema y se convertirá en estrategia de supervivencia: Pemex seguirá siendo del pueblo, pero su futuro inmediato podría depender de bolsillos particulares.
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