Pemex ha recibido 1.38 billones de pesos en transferencias desde 2019, pero su deuda y caída en inversión revelan una crisis estructural.
Petróleos Mexicanos (Pemex) ha recibido 1.38 billones de pesos en transferencias directas del Gobierno federal desde 2019, de los cuales 380.1 mil millones fueron entregados solo en los primeros nueve meses de 2025. Esta cifra representa 279.1% más que lo aprobado en el Presupuesto de Egresos de la Federación para este año, y refleja el esfuerzo sostenido por mantener a flote a la empresa más emblemática del Estado mexicano.
A pesar del respaldo financiero sin precedentes, los resultados operativos y financieros de Pemex siguen mostrando signos de fragilidad. La deuda total se mantiene en 1.84 billones de pesos, mientras que los pasivos con proveedores alcanzan 517 mil millones, un incremento de 28.4% respecto al año anterior. En paralelo, la inversión productiva cayó 39.8% interanual, lo que limita la capacidad de la empresa para desarrollar nuevos proyectos y revertir la caída en su plataforma de producción.
El Gobierno también ha emitido notas precapitalizadas por 12 mil millones de dólares, con vencimiento en 2030, para atender amortizaciones e intereses de deuda. Aunque estas operaciones buscan mejorar el perfil financiero de Pemex, los efectos aún no se reflejan en los indicadores clave de la empresa, como la rentabilidad operativa o la reducción efectiva de pasivos.
Desde 2019, Pemex ha recibido además 326 mil millones de pesos en estímulos fiscales y 61.7 mil millones en otros apoyos, elevando el total de recursos canalizados desde el erario a 1.76 billones de pesos. Sin embargo, la producción de crudo sigue en declive, con un promedio de 1.374 millones de barriles diarios en 2025, el nivel más bajo en 15 años.
El Instituto Mexicano para la Competitividad advierte que, si bien las transferencias han evitado un deterioro mayor, no han logrado revertir la caída estructural en los indicadores operativos ni mejorar de forma sostenida la situación financiera de Pemex. La empresa enfrenta el desafío de redefinir su modelo bajo criterios de eficiencia, transparencia y sostenibilidad, en un entorno donde el respaldo público ya no puede ser infinito.
La pregunta que se impone es si Pemex está siendo rescatada o simplemente sostenida. Con una estrategia que prioriza el pago de deuda sobre la inversión, y sin una transformación profunda en su modelo de negocio, el riesgo es que la empresa se mantenga como un pasivo estructural para las finanzas públicas, en lugar de convertirse en un motor de desarrollo energético.
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