En la recta final de 2025, Pemex lanzó tres licitaciones clave para la Refinería Francisco I. Madero, enfocadas en la planta catalítica FCC-1 y la reformadora de naftas. Los contratos se ligan a un aumento de 47.5% en el presupuesto de la petrolera en Tamaulipas para 2026 y buscan contener paros, pérdidas y riesgos operativos en una instalación que ha alternado récords de producción con fallas técnicas y colapso de unidades. Este análisis explica
En la recta final de 2025, Pemex decidió abrir la caja negra de la Refinería Francisco I. Madero y meter mano justo donde más duele: la planta catalítica FCC-1 y la reformadora de naftas. Tres licitaciones lanzadas en cuestión de días, con apertura de propuestas prevista para la primera semana de diciembre, marcan el cierre del año con un mensaje claro para Tamaulipas: la empresa quiere que Madero llegue a 2026 operando, pero ya no puede permitirse otro ciclo de parches improvisados y paros no programados.
Sobre el papel, los concursos forman parte del programa de inversión aprobado para este ejercicio fiscal. Pero, leídos en contexto, son algo más que eso. Llegan después de un 2024 en el que Madero fue presentada como ejemplo de recuperación dentro del Sistema Nacional de Refinación y de un 2025 donde la misma instalación volvió a protagonizar titulares por operar por debajo de su capacidad, dejar de producir combustóleo durante varios meses y acumular pérdidas asociadas a fallas de equipos críticos. En ese vaivén, el mantenimiento dejó de ser un capítulo técnico para convertirse en un tema de riesgo financiero y político.
Las invitaciones a concurso incluyen el mantenimiento a acumuladores y torres de la planta catalítica FCC-1, la rehabilitación del convertidor —que integra separador, regenerador catalítico, raiser, línea de levante y cámara de orificios—, así como trabajos de fabricación y atención de solicitudes relacionadas con la U-901, la reformadora de naftas. Son precisamente las unidades que sostienen la capacidad de la refinería para transformar corrientes intermedias en gasolinas de mayor valor, y donde las fallas se traducen casi de inmediato en menor producción, mayor generación de residuales y estrés en otras plantas.
La serie de licitaciones se publicó entre el 19 y el 24 de noviembre, bajo los procedimientos SNR-MAD-234-CA-O-2025, SNR-MAD-236-CA-O-2025 y SNR-MAD-241-CA-O-2025. La Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción fue notificada, abriendo el juego a contratistas de obra pública con experiencia en refinerías. Más que una formalidad, la intervención de empresas con músculo técnico será determinante: el alcance de los trabajos se mueve en el límite entre “mantenimiento mayor” y “cirugía de reconstrucción” sobre una planta que ha cargado años de operación severa.
La lógica de Pemex es directa: intervenir ahora las piezas más sensibles para reducir la probabilidad de paros no programados en 2026. Cada evento de ese tipo en Madero no solo afecta la producción local; se refleja en el balance nacional de petrolíferos, presiona la logística de importación de combustibles y agrava un entorno financiero donde la empresa ya no tiene margen para absorber sorpresas de miles de millones de pesos por fallas en sus activos. El mensaje en los documentos oficiales lo resume sin adornos: se busca mantener la eficiencia operativa de la refinería y garantizar que las instalaciones operen con seguridad y confiabilidad.
Las tres licitaciones no se pueden leer aisladas del presupuesto que Pemex tendrá en Tamaulipas en 2026. El proyecto de egresos establece recursos por 6,339.7 millones de pesos para la entidad, un aumento real superior a 47% frente al año anterior. Dentro de esa bolsa, el Complejo Procesador de Gas Burgos concentrará alrededor de 2,663.5 millones, mientras que el mantenimiento de la Refinería Madero tendrá asignados 2,398.5 millones. A Altamira llegarán 145.9 millones para reforzar los sistemas de transporte por ducto de gas y condensados.
No se trata de números decorativos. En conjunto, configuran un mapa de prioridades: gas en Burgos, mantenimiento reforzado en Madero y estabilidad de la red de ductos en Altamira. Es la foto de una región donde la producción de hidrocarburos, el procesamiento de gas y la refinación se entrelazan, y donde un incidente en cualquiera de las piezas puede comprometer la operación de las otras.
En Madero, el giro es especialmente visible. Tras años de inversiones que permitieron, en 2024, alcanzar los niveles de proceso más altos de la última década, la refinería volvió a exhibir en 2025 el costo de arrastrar equipos envejecidos, paros frecuentes y una coquizadora que no termina de convertirse en el pivote de una operación moderna. Que la planta haya dejado de producir combustóleo durante meses se leyó en algunos discursos como un avance ambiental; en los balances internos, se registró más bien como la evidencia de un problema técnico que impedía aprovechar el fondo del barril.
El incremento de recursos para mantenimiento en 2026 es, al mismo tiempo, oportunidad y sentencia. Oportunidad, porque da margen para atacar problemas estructurales en unidades como la FCC-1 y la U-901, y para completar rehabilitaciones que se han postergado por años. Sentencia, porque si después de este esfuerzo Madero sigue arrastrando paros, bajas de carga y pérdidas multimillonarias, la narrativa de “rescate” de la refinación mexicana quedará expuesta en su punto más vulnerable: la ejecución.
En Burgos, el aumento de presupuesto habla de otra batalla menos visible pero igual de relevante: la necesidad de estabilizar el procesamiento de gas en una región donde las fallas de equipos y los rechazos de gas húmedo han pegado a la eficiencia del sistema. El gas dulce procesado ahí alimenta tanto la generación eléctrica como a usuarios industriales. Sin un Burgos confiable, cualquier discurso de seguridad energética en el noreste queda incompleto.
Altamira, por su parte, concentra el nervio de los ductos que mueven gas y condensados hacia el interior del país. Los recursos destinados a sus sistemas de transporte pueden parecer modestos frente a las cifras de Madero y Burgos, pero apuntan a una realidad que el sector conoce bien: un ducto mal mantenido puede generar, en minutos, daños que rebasan cualquier partida de mantenimiento.
En conjunto, las licitaciones de noviembre y el presupuesto de 2026 colocan a Tamaulipas en el centro del examen de la nueva administración sobre Pemex: menos anuncios espectaculares y más capacidad para reducir paros, contener pérdidas y operar con estándares de seguridad y cumplimiento normativo que resistan la lupa de reguladores, auditores y comunidades.
Para la región, el mensaje es doble. Para las empresas de construcción y servicios especializados, se abre una ventana de contratos que pueden consolidar capacidades locales si se ejecutan con seriedad. Para trabajadores, proveedores y autoridades estatales, la pregunta es otra: si esta nueva ola de mantenimiento será suficiente para que Madero deje de vivir en ciclos de emergencia y se convierta, por fin, en una refinería que opera de forma predecible, rentable y segura.
La respuesta no se jugará en el discurso, sino en los próximos 18 meses de obra, soldadura y pruebas de presión dentro de las unidades. Y ahí es donde se verá si el aumento de recursos y las licitaciones de fin de año fueron el inicio de una nueva etapa o solo un capítulo más en la larga historia de promesas de rehabilitación que nunca terminan de cerrar el ciclo.
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