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México ante el abismo energético: el petróleo ya no alcanza

El país enfrenta la mayor caída de producción petrolera a nivel mundial y podría convertirse en importador neto de crudo, según la Agencia Internacional de Energía.

México ante el abismo energético: el petróleo ya no alcanza

México está dejando de ser lo que fue. En un giro histórico, la Agencia Internacional de Energía (IEA) advierte que el país podría convertirse en un importador neto de petróleo para 2030, tras registrar la mayor caída de producción a nivel mundial. El declive no es una curva: es una pendiente pronunciada que amenaza con redefinir el papel energético de México en América Latina y el mundo.

La producción nacional, que en 2004 superaba los 3 millones de barriles diarios, se ha desplomado a 1.3 millones de barriles por día, y se proyecta que para cubrir la demanda interna será necesario importar hasta 500 mil barriles diarios. Esta transformación no solo implica una dependencia energética inédita, sino también un golpe estructural a las finanzas públicas, la balanza comercial y la seguridad energética nacional.

El informe Oil 2025 de la IEA revela que Pemex concentra más de la mitad de su producción en solo siete campos, de los 240 que tiene activos. La estrategia de priorizar yacimientos terrestres y de aguas someras, en detrimento de los proyectos en aguas profundas, ha limitado la capacidad de recuperación. Hoy, solo el campo Trion —con producción estimada para 2028— figura como el único proyecto relevante en el horizonte.

La situación se agrava por la deuda acumulada de Pemex, que supera los 100 mil millones de dólares, y por los recortes presupuestales que han reducido el número de plataformas activas de 50 a menos de 20 en menos de un año. A esto se suma una caída interanual de 160 mil barriles diarios en la producción durante el primer semestre de 2025, y una pérdida neta de 61 mil millones de pesos en el tercer trimestre.

Mientras tanto, el mercado petrolero global navega en aguas turbulentas. La guerra comercial entre Estados Unidos y sus socios estratégicos, el conflicto en Medio Oriente, y la decisión de la OPEP+ de desmontar sus restricciones de producción, han generado una sobreoferta que presiona los precios, pero también una incertidumbre que vuelve más costosa la inacción.

México, que alguna vez fue referente energético regional, enfrenta ahora una encrucijada. La transición energética no puede esperar, pero tampoco puede avanzar sin una base sólida. El petróleo, lejos de ser una palanca de desarrollo, se ha convertido en un espejo que refleja las decisiones postergadas, las inversiones insuficientes y los riesgos de depender de un modelo agotado.

La pregunta ya no es si México podrá recuperar su producción petrolera. La pregunta es si podrá redefinir su estrategia energética antes de que la dependencia se convierta en vulnerabilidad.

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