Proyectos en Sinaloa, Europa y el sureste de Estados Unidos marcan la competencia por metanol verde y SAF carbono negativo. Este análisis explica quién está ganando y qué debe hacer México para no quedarse solo como proveedor de insumos.
De Topolobampo a la Costa Este estadounidense, la nueva competencia energética ya no gira solo en torno al petróleo y el gas natural. El metanol verde, los combustibles sintéticos y el SAF de carbono negativo están configurando un mapa de poder industrial que cruza Sinaloa, el cinturón de biomasa del sur de Estados Unidos y los hubs gasíferos de Europa y Asia.
En Sinaloa, el proyecto de metanol de ultra bajas emisiones que se construirá cerca de la bahía de Topolobampo coloca a México dentro de la primera división de los e fuels. La planta está diseñada para combinar captura de CO₂, hidrógeno verde y gas natural con captura de carbono, con capacidad para producir cientos de miles de toneladas de metanol verde y más de un millón y medio de toneladas de metanol azul cada año. La inversión multibillonaria y los acuerdos de compra con la industria asiática indican algo clave: el Pacífico mexicano ya no es solo salida de granos o contenedores, es plataforma para moléculas limpias de alto valor.
Al otro lado del continente, en el sur de Estados Unidos, una alianza entre un desarrollador de biocombustibles y una empresa especializada en gestión de créditos de carbono está apuntando a algo aún más ambicioso: producir SAF y metanol con huella de carbono negativa a partir de biomasa, capturando y almacenando el CO₂ de sus procesos. Los proyectos en desarrollo en Luisiana contemplan inversiones del orden de miles de millones de dólares, soporte con bonos estatales y acuerdos con empresas de almacenamiento geológico de CO₂. La lógica es clara: integrar de origen la cadena combustible más captura, atributos ambientales y monetización de créditos.
En paralelo, Europa está moviendo ficha en el frente del gas sintético. Un consorcio encabezado por una petrolera global, junto con una empresa de energía limpia y tres utilities japonesas, desarrolla en el Medio Oeste de Estados Unidos un proyecto de e metano que utilizará hidrógeno renovable y CO₂ capturado para producir gas sintético, pensándolo desde el inicio como molécula lista para red de gas y contratos de largo plazo con Asia.
En conjunto, estos polos mandan un mensaje inequívoco: el nuevo juego no es solo producir combustible, es producir moléculas limpias con atributos ambientales certificados, contratos de largo plazo y acceso a infraestructura portuaria y logística que conecte con los grandes centros de demanda.
Para México, el caso de Sinaloa es tanto una buena noticia como una advertencia. La buena noticia es que el país ya aparece en el mapa de proyectos de metanol verde de escala mundial y que existe apetito de inversionistas y offtakers internacionales por instalar cadenas de valor químicas de baja huella de carbono en territorio mexicano. La advertencia es que, si la estrategia regulatoria y fiscal no acompaña, el país puede quedar atrapado en un rol limitado: exportar moléculas limpias o intermedias mientras otros capturan el valor agregado de los combustibles terminados, la logística y los sistemas de certificación.
El ejemplo de la Costa Este estadounidense y del corredor del Golfo muestra una ruta: aprovechar biomasa, residuos y captura de carbono no solo para limpiar la huella, sino para crear una plataforma industrial completa. Proyectos como los de biometanol y SAF en Luisiana están diseñados como ecosistemas: integración entre feedstock agrícola y forestal, infraestructura de captura y almacenamiento, financiamiento basado en bonos verdes y un marco regulatorio que reconoce explícitamente el valor de reducir emisiones a lo largo del ciclo de vida.
En ese tablero, México tiene varias cartas que todavía no juega a fondo. El Pacífico Norte, el Istmo de Tehuantepec, Baja California y la franja costera del Golfo concentran recursos clave: puertos de aguas profundas, acceso a mercados en Asia y Norteamérica, potencial renovable solar y eólico y, en algunos casos, infraestructura industrial ya instalada. Lo que falta no es geografía, sino una política industrial y regulatoria que conecte esos puntos.
Tres elementos serán decisivos. Primero, la regulación y certificación de carbono. Los mercados de metanol verde y SAF no se definirán solo por precio, sino por la credibilidad de sus certificados de origen y de sus metodologías de cálculo de emisiones. México necesita un marco propio de taxonomía verde y esquemas de verificación que dialoguen con estándares europeos, norteamericanos y asiáticos, si quiere que sus moléculas se reconozcan como realmente bajas en carbono.
Segundo, la infraestructura y los contratos. Sin terminales portuarias adaptadas a e fuels, sin almacenamiento dedicado y sin contratos de largo plazo que vinculen a productores, aerolíneas, navieras y grandes consumidores industriales, los proyectos se quedarán en islas tecnológicas. El mundo que se está construyendo del lado de Estados Unidos, Europa y Asia privilegia plataformas integradas, capaces de entregar volúmenes estables y atributos ambientales confiables durante décadas.
Tercero, la visión de cadena de valor. El riesgo para México es convertirse en proveedor de feedstock, electricidad renovable o CO₂ capturado mientras terceros se adueñan del procesamiento final, la logística y los mercados premium. Una estrategia más ambiciosa implicaría fomentar clusters donde convivan producción de hidrógeno, metanol, SAF y productos químicos verdes, con énfasis en capital humano especializado y en articulación con la industria nacional.
Entre 2026 y 2035, quienes dominen el mercado global de metanol verde y SAF serán los países y empresas que logren controlar tres activos intangibles: confianza regulatoria, profundidad financiera y acceso estable a cadenas de suministro. Con proyectos como el de Sinaloa, México ya puso una bandera en ese mapa, pero aún falta decidir si quiere ser solo un punto de origen en las rutas de combustibles limpios o un verdadero hub que diseñe, produzca y certifique la próxima generación de moléculas energéticas.
La ventana está abierta, pero no lo estará para siempre. Mientras otros territorios consolidan su papel como plataformas integradas de metanol verde y SAF, México enfrenta una disyuntiva estratégica: ajustar a tiempo su regulación, su política industrial y su infraestructura para subir al tren de los combustibles limpios de alto valor, o resignarse a ver pasar, una vez más, la nueva geografía energética desde el andén.
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