El cierre programado de refinerías en California, los daños recientes en la planta de Chevron en El Segundo y la salida de capacidad de Phillips 66 y Valero están estrechando el mercado de la Costa Oeste de Estados Unidos. México, que importa combustibles y gas LP referenciados a ese mismo mercado, ya resiente los efectos. Este análisis premium de AI Regula Solutions explica cómo se reconfigura la oferta, qué papel juega el proyecto.
La frase cayó con más peso que un simple comentario de coyuntura: el cierre de refinerías en Estados Unidos está “estrangulando” el mercado de California y, en efecto dominó, termina afectando a México. La advertencia vino de Alejandro Gutiérrez, CEO de Istmo Terminal, frente a distribuidores de gas LP reunidos en el Congreso GLP 2025 de la Amexgas. No hablaba de una hipótesis lejana, sino de decisiones ya tomadas por las grandes petroleras y de un incendio reciente en la planta de Chevron en El Segundo que evidenció lo frágil que se ha vuelto el equilibrio de oferta en la Costa Oeste.
En el estado de California, la capacidad de refinación lleva años reduciéndose por presión regulatoria, costos ambientales crecientes y la transición hacia combustibles más limpios. El anuncio de Phillips 66 de cerrar su complejo de Wilmington a finales de 2025, la decisión de Valero de cesar o reestructurar operaciones en la refinería de Benicia hacia abril de 2026 y la explosión en la unidad de combustible de aviación de Chevron en El Segundo encadenan tres golpes sobre un sistema que ya funcionaba en el límite. Cada una de esas plantas representa una fracción relevante de la capacidad de producción de gasolinas, diésel y jet fuel de California; juntas, implican una salida estructural de barriles en una región aislada de los grandes hubs de refinación del Golfo de Estados Unidos.
Mientras algunos actores en Estados Unidos ven en estos cierres una oportunidad para transformar refinerías en instalaciones de combustibles renovables, en el corto plazo el efecto es distinto: menos capacidad disponible, más dependencia de importaciones marítimas desde otras regiones y una mayor sensibilidad a cualquier falla operativa. Cuando una planta tan grande como El Segundo reduce carga tras un incendio, los inventarios regionales amortiguan el impacto, pero el mercado aprende una lección incómoda: con menos refinerías, cada incidente pesa más en precios y disponibilidad.
Es en ese contexto donde las palabras de Gutiérrez conectan con la realidad mexicana. El noroeste del país y buena parte del mercado de gas LP y combustibles se referencian a precios y flujos que pasan por la Costa Oeste de Estados Unidos. Si California pierde una porción de su capacidad de refinación, el “estrangulamiento” no solo se refleja en las gasolineras de Los Ángeles, sino en los costos marginales de suministro hacia Baja California, Sonora y, por extensión, el resto del sistema mexicano que compite por buques, productos y espacios de transporte.
La respuesta que presentó Istmo Terminal en el Congreso GLP 2025 ilustra por dónde se está moviendo el sector privado para no quedar atrapado en ese cuello de botella. La empresa impulsa una planta fraccionadora de gas LP en Texas que operará como plataforma de producción y extracción de propano en el oeste de ese estado. La misión declarada es clara: conectar ese hub con el mayor campo petrolero del Pacífico en el noroeste de México para incrementar la producción y abrir rutas alternativas de suministro hacia la región y hacia estados como California, Arizona y Nevada.
El proyecto no solo busca capturar oportunidades comerciales; responde a una realidad operativa. A medida que la Costa Oeste pierde refinerías, el papel de Texas como origen de gas LP y otros productos se refuerza. Para México, anclar parte de su suministro de gas LP a una planta de fraccionamiento en la franja occidental texana significa reducir la dependencia de una sola ventana de importación y tener mayor capacidad para redirigir flujos hacia puertos del Pacífico, terminales terrestres y clientes industriales que hoy viven con márgenes muy estrechos de inventario.
La opción canadiense, mencionada en el debate como alternativa de importación, enfrenta barreras logísticas evidentes: mayores distancias, restricciones estacionales y riesgos meteorológicos en temporada invernal. En un mercado tan sensible al tiempo de tránsito como el del gas LP, los días extra de navegación o los retrasos por clima se traducen en sobrecostos y en un aumento del riesgo de desabasto en picos de demanda.
El punto de fondo es más amplio. México no está condenado a ser solo un receptor pasivo del reacomodo en la Costa Oeste. El país tiene reservas, campos productores y una red de terminales que, con la inversión adecuada, podrían convertirlo en exportador regional de gas LP, al menos hacia Centroamérica y el Caribe. Sin embargo, como señaló el propio Gutiérrez, la ideología política ha frenado el desarrollo de este potencial: regulaciones poco claras, señales contradictorias a la inversión privada y una narrativa de “control absoluto” que no se traduce en infraestructura suficiente ni en seguridad de suministro.
Cambiar “las reglas del juego” en el gas LP y en los combustibles implica más que abrir o cerrar la puerta a privados. Supone establecer criterios técnicos y regulatorios estables para almacenamiento, fraccionamiento y exportación; integrar de forma sistemática los riesgos de cierre de refinerías en Estados Unidos en la planeación de seguridad energética; y usar modelos de inteligencia regulatoria que tomen en cuenta rutas marítimas, capacidad portuaria, contratos de largo plazo y matriz de riesgos climáticos.
Para distribuidores y consumidores mexicanos, el cierre de refinerías en California no es una noticia lejana. Es la explicación silenciosa de por qué los precios pueden volverse más volátiles en la frontera, de por qué los márgenes de las empresas se comprimen cuando aumenta el costo de reposición y de por qué la planeación de inventarios ya no puede basarse solo en estadísticas históricas, sino en escenarios con menos capacidad de refinación en la Costa Oeste y una mayor competencia global por tonelada de gas LP.
La historia que se está escribiendo en Wilmington, Benicia y El Segundo es, en realidad, un anticipo del tipo de shocks que enfrentarán las cadenas de suministro fósiles en la transición energética: cierres definitivos de plantas, incidentes en instalaciones críticas y mayor peso de decisiones regulatorias en cada dólar invertido. Para México, seguir operando como si esas decisiones fueran un tema ajeno es un lujo que ya no existe. Si el país quiere dejar de reaccionar tarde a cada sobresalto en el mercado de California, tendrá que pasar de la queja a la estrategia: diversificar fuentes, profesionalizar su logística y construir, con datos y regulación inteligente, un sistema capaz de soportar el cierre de refinerías en Estados Unidos sin que cada movimiento se convierta en un nuevo sobresalto de precios al otro lado de la frontera.
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