
Modelo comunitario bajo marca Pemex: operación por cooperativas locales, precios justos y reinversión en territorio. Ubicaciones confirmadas y claves de logística, gobernanza y servicio.
Las Gasolineras del Bienestar son la versión más tangible de un modelo que busca llevar energía donde el mercado no llega solo. Operan bajo la marca Pemex, pero la propiedad y administración recaen en cooperativas locales; es decir, la utilidad no sale de la comunidad, se queda y se reinvierte en becas, salud, caminos o infraestructura productiva. El objetivo explícito es corregir vacíos de cobertura en regiones rurales —muchas de ellas indígenas— donde conseguir combustible implicaba horas de traslado, sobreprecio y pérdida de jornales.
En la práctica, el modelo combina abasto mayorista de Pemex, gobernanza cooperativa y protocolos de servicio de una estación formal. La diferencia no es cosmética: al disminuir las distancias para cargar, baja el costo logístico de bienes y transporte local; al ordenar la operación con estándares metrológicos y ambientales, sube la confianza de quien compra; al reinvertir excedentes en la misma comunidad, cierra el ciclo económico en territorio.
La expansión comenzó en corredores donde la carencia de expendios era un problema diario y no una estadística. Conhuas, Campeche, abrió el camino en la carretera Escárcega–Chetumal, a las puertas de Calakmul, con una cooperativa ejidal al frente y vocación de servicio para localidades que pasaban horas para abastecerse. Cuetzalan del Progreso, Puebla, dio un giro adicional: la operación recae en Tosepan Moliniaj, una organización con liderazgo de mujeres indígenas y experiencia en economía social; allí la estación es, además, un símbolo de autonomía económica. Creel, Chihuahua, ancla la estrategia en la Sierra Tarahumara, acercando combustible a la comunidad rarámuri y a una ruta turística y maderera donde las distancias encarecían todo.
Estas ubicaciones no responden a una lógica de cuota política, sino a una matriz de acceso. Se priorizaron sitios con baja densidad de expendios, alto costo de traslado y demanda comprobable de agricultores, transportistas y familias. El resultado es un mapa que reduce kilómetros vacíos y devuelve tiempo a la gente.
No hay una tarifa única ni un descuento garantizado por decreto. El concepto de precio justo se construye con costos de suministro, logística, margen cooperativo y competencia regional. En comunidades aisladas, el simple hecho de eliminar el viaje de 40 o 80 kilómetros abarata la canasta aunque el precio por litro sea similar al de la cabecera. Cuando la logística y el volumen lo permiten, la estación puede ofrecer centavos por debajo del mercado local, sin sacrificar mantenimiento, nómina ni cumplimiento regulatorio.
Para el usuario, la experiencia se parece a cualquier estación formal: medición certificada, ticket, métodos de pago y horarios claros. Lo que no se ve desde el dispensario es el gobierno cooperativo: asambleas para decidir uso de utilidades, comités de vigilancia, reportes públicos y una estructura que alinea el incentivo —si la estación funciona, la comunidad gana—. Esa lógica también permea el empleo: se prioriza contratación local con capacitación en seguridad, atención y metrología.
El éxito del modelo depende de sostener tres pilares. La logística asegura que el producto llegue con regularidad, control de agua en fondos y manejo de vapores; la calidad exige filtros, mantenimiento de tanques y trazabilidad desde recepción hasta despacho; el cumplimiento amarra el proyecto a reglas de protección al consumidor, seguridad industrial y medio ambiente. Allí está la diferencia entre una estación que enciende la comunidad y una que se apaga a los pocos meses.
Cada litro que antes se compraba fuera, ahora gira dos veces en la economía local: primero en salarios y compras de insumos, luego en proyectos comunitarios que mejoran productividad (caminos, agua, luz, conectividad). La estación se vuelve punto de encuentro y, en muchos casos, ancla para tiendas de conveniencia y servicios que dinamizan el entorno sin desplazar oficios tradicionales.
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¿Qué es exactamente una Gasolinera del Bienestar?
Una estación operada por cooperativas locales bajo marca Pemex, pensada para zonas con poca cobertura y con reinversión de utilidades en la misma comunidad.
¿Dónde están hoy?
En Conhuas (Campeche) sobre el eje Escárcega–Chetumal; en Cuetzalan (Puebla) con operación de Tosepan Moliniaj; y en Creel (Chihuahua) para atender a la Sierra Tarahumara y su corredor turístico-productivo.
¿Los precios son siempre más bajos?
Depende de costos y logística. El beneficio directo puede ser un precio competitivo; el indirecto, ahorro en traslados y tiempo al tener el servicio en la comunidad.
¿Quién garantiza la calidad y la medición?
Se aplican estándares de estación formal: recepción controlada, medición certificada, ticket y mantenimiento. La cooperativa responde ante la autoridad y ante su asamblea comunitaria.
¿En qué se usan las utilidades?
Cada cooperativa define sus proyectos de reinversión: desde infraestructura básica y becas hasta mejoras productivas locales, con rendición de cuentas ante la comunidad.
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