Cómo organizar el calor geotérmico de Cerro Prieto para invernaderos, secado y frío por absorción en Mexicali, con contratos medibles y bancables que reducen volatilidad.
En el suroeste de Mexicali, donde el Valle se abre como una mesa dura y luminosa, Cerro Prieto lleva medio siglo convirtiendo calor subterráneo en electricidad. Es un nombre que pesa en la historia energética de México… y, sin embargo, la historia que hoy importa a productores, ayuntamientos e inversionistas no es la de los megawatts: es la del calor útil que puede mover invernaderos, deshidratar cosechas y alimentar frío por absorción para una cadena de valor agroalimentaria que hoy navega a merced del GLP y el diésel. El reto —y la oportunidad— es organizar ese calor en radios logísticos razonables para crear un clúster térmico-agroindustrial alrededor del campo geotérmico más emblemático del país.
Cerro Prieto no es una promesa: opera desde 1973 y sigue entre los complejos geotérmicos más relevantes del mundo por tamaño instalado (CP1–CP4; CP5 proyectado en su día). Las fuentes varían por reconfiguraciones, pero el orden de magnitud histórico ha estado entre 720–820 MW de capacidad instalada, con varias casas de máquinas y decenas de pozos de producción e inyección que han sostenido la operación a lo largo de décadas. Lo importante para el agro, sin embargo, no es la cifra eléctrica sino la estabilidad del recurso térmico que esa historia implica.
Bajo esa plataforma, la termofísica del yacimiento —entalpías de vapor reportadas en rangos altos dentro de CP-IV; salmueras con fuerte tendencia a incrustación que requieren diseño y operación cuidadosos— obliga a ser meticulosos: intercambiadores adecuados, control de incrustaciones y medición térmica seria. La ingeniería local lleva años aprendiendo a dialogar con ese subsuelo; aprovecharlo para usos directos no empieza de cero.
Porque la demanda ya existe. El Valle de Mexicali es un motor agropecuario: hortalizas (cebollín, entre otras), alfalfa, trigo y algodón marcan superficie y valor; la producción intensiva choca con un clima semiárido que castiga post-cosecha y control climático. El invernadero y la casa-sombra han sido la salida técnica para cultivos sensibles como pepino, pero el costo térmico —calentar, secar, enfriar— ha dependido históricamente de combustibles volátiles. Ahí encaja un suministro de calor estable a 15–40 km del recurso.
Además, la reforma geotérmica de 2025 clarificó la ruta para aprovechamientos no eléctricos (“usos diversos”): el calor puede contratarse con medición en punto de entrega, disponibilidad comprometida y precio indexado al energético desplazado. Es la diferencia entre una buena idea y un activo bancable.
Imagine una espina dorsal térmica que parte del área operativa y se despliega por derecho de vía hacia zonas agroindustriales en el valle. A lo largo de esa espina se conectan tres tipos de cargas:
Invernaderos climatizados (tomate, pepino, berries). La geotermia extiende temporada, estabiliza crecimiento y reduce pérdidas por frío nocturno. Estudios locales han mostrado que el salto de intemperie a invernadero en Mexicali cambia la ecuación de rendimiento; si el calor deja de comprarse en cilindros, cambian también los márgenes.
Secado agroalimentario (chile, granos, forrajes): el calor de baja-media entalpía permite perfiles de secado más homogéneos —calidad repetible— y menor merma.
Frío por absorción para cuartos fríos rurales integrados a empaques: paradójicamente, se hace frío con calor, estabilizando post-cosecha y mejorando precio de salida sin depender de punta eléctrica. (El know-how regional y la literatura técnica respaldan esta tecnología).
El resultado no es un “megaproyecto” sino una red de módulos que balancean carga térmica: cuando el secado cae, el invernadero demanda; cuando ambos bajan, el frío mantiene base. Esa diversidad es la que reduce riesgo para el financiador.
Lo que financia la banca no es el entusiasmo: son contratos con medición y disponibilidad. El modelo que funciona aquí es Heat-as-a-Service o suministro térmico take-or-pay: el offtaker paga por kWh-térmico entregado medido por contador calorimétrico; el precio se indexa al GLP/diésel que habría usado; el proveedor garantiza disponibilidad anual con penalizaciones si falla. Cuando se incorpora escalamiento por fases (piloto → expansión) y seguros donde aplica, el flujo de caja deja de ser “verde” y se vuelve financiable.
La economía fina depende de distancias, aislamiento y ΔT; por eso los radios logísticos importan más que mapear “isotermas bonitas”. En Baja California ya existe inventario oficial de zonas térmicas y análisis de tecnologías aptas para Baja/Mexicali; es insumo para la prefactibilidad seria (no para vender humo).
Incrustaciones y química de salmueras. Se resuelven con diseño de intercambiadores y programas de limpieza basados en la experiencia acumulada de Cerro Prieto.
Recurso/caudal. Se mitiga con pruebas escalonadas y contratos que crecen con la capacidad comprobada (no al revés).
Demanda insuficiente. Se evita agrupando offtakers (invernadero + secado + frío) para suavizar picos.
Tramitología y ambiente. La figura de usos diversos y el monitoreo hídrico/ambiental —hoy normados— permiten una ruta predecible cuando el expediente está prolijo.
Tres cosas. Historia operativa (pocas geografías de AL tienen un campo con cinco décadas de lecciones aprendidas); escala (capacidad para sostener redes térmicas sin exprimir el yacimiento); y vecindad productiva (un valle que ya sabe producir, pero paga caro su clima y su volatilidad de combustibles). Desde ahí, el salto no es retórico: es logístico-industrial.
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