Descubre cómo la presidenta Claudia Sheinbaum avanza en un acuerdo con los gasolineros para fijar la gasolina en 24 pesos, por qué acusa de hipócritas a los opositores y cuáles son los riesgos de esta polémica medida.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, sacudió el avispero político al confirmar que su gobierno anda en pláticas con los gasolineros para que el litro de combustible no supere los 24 pesos. Según ella, el acuerdo está “bien avanzado” y, si todo sale como espera, en un par de semanas podría firmarse con los concesionarios. La jugada se presenta como una alternativa para evitar subidas bruscas y repetir los célebres “gasolinazos” que dejaron a muchos con mala memoria.
Sheinbaum sostiene que, si se compara el precio de la gasolina desde 2018 hasta la fecha, se ha mantenido constante —y, en términos reales, incluso bajado—. Su tirada es que ni la inflación ni la codicia empresarial le peguen al bolsillo ciudadano, por lo que busca un “acuerdo voluntario” con los dueños de estaciones de servicio para topárselo en 24 pesos. Reconoció que hay casos donde llegan a cobrar 26.50 pesos, lo que a su ver es “un exceso” y un margen de ganancia muy amplio para el concesionario.
La mandataria no perdió ocasión para tachar de “hipócritas” las propuestas de legisladores del PAN, quienes plantean eliminar el IEPS (Impuesto Especial sobre Producción y Servicios) y con ello teóricamente bajar el precio de la gasolina. Sheinbaum arremetió recordando que, bajo los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, fue cuando se dispararon más los costos del combustible. Para ella, la idea panista es mera demagogia, señalando que los mismos personajes que ahora alzan la voz para quitar impuestos en su momento impulsaron o toleraron los aumentos que tanto calaron en el ánimo popular.
El director de Pemex, Víctor Rodríguez, también se sumó a las declaraciones, adelantando que la empresa se alista para sostener la oferta de combustibles a precios que no perjudiquen la economía familiar. Según él, la estrategia pasa por aumentar la eficiencia en refinación —sobre todo cuando se alcance la tan prometida autosuficiencia en gasolina y diésel— y, de esa forma, evitar traumas financieros tanto para la gente como para la paraestatal.
Críticos ven con recelo el plan: si bien un acuerdo voluntario con gasolineros suena genial, falta ver qué incentivos tendrán los empresarios para respetarlo. Basta que el mercado internacional o el tipo de cambio se pongan rebeldes para que los costos se disparen, y el “tope de 24 pesos” podría tambalearse. Además, reducir o eliminar el IEPS implicaría un boquete en las finanzas públicas, dinero que el gobierno usa para programas y subsidios varios. Y en medio de todo, está la disputa política que pinta los discursos con tonos de campaña.
Sheinbaum cierra filas asegurando que no habrá gasolinazos en su sexenio. Mientras tanto, el debate sube de tono: unos hablan de un “pacto artificial” que podría estallar cuando el mercado se tense, y otros celebran que, al fin, se ataque de frente a las ganancias desmedidas de algunos gasolineros. Con este panorama, el desenlace es incierto: ¿podrá la administración sostener el “24 pesos” como ancla o terminará el acuerdo siendo un brindis al sol? Lo cierto es que la gasolina y la política nunca han sido buena mezcla, y las acusaciones de hipocresía y demagogia prometen mantener este pleito en los titulares.
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