Un análisis basado en datos revela cómo el avance hacia energías limpias transformará el costo de la gasolina, el empleo y la salud ambiental en México.
México está corriendo una maratón hacia un futuro energético más limpio, pero ¿qué significa esto para los ciudadanos que hoy dependen de la gasolina? Según la Estrategia de Transición para Promover el Uso de Tecnologías y Combustibles Más Limpios —publicada por la CONUEE—, el país busca reducir al 35% su dependencia de combustibles fósiles para 2024, un objetivo que implica cambios profundos en sectores clave como el transporte, responsable del 47% del consumo energético nacional.
La transición no es un capricho, sino una necesidad matemática. Datos del Global Carbon Atlas revelan que México emite 472 millones de toneladas de CO₂ anuales, con el transporte contribuyendo un 25% de ese total. La Ley de Transición Energética, actualizada en 2020, actúa como brújula: exige que el 35% de la electricidad generada para 2024 provenga de fuentes limpias, un salto significativo si consideramos que en 2022 solo alcanzamos el 22%, según la Secretaría de Energía.
Este giro implica una ecuación clara: a mayor adopción de vehículos eléctricos (EVs) y combustibles alternativos —como el hidrógeno verde—, menor será la demanda de gasolina. Un estudio del Instituto de Investigaciones Eléctricas proyecta que, para 2030, los EVs representarán el 15% del parque vehicular en zonas urbanas, lo que reduciría el consumo de combustible en 8.5 millones de barriles anuales. Para el bolsillo, esto podría traducirse en precios más estables, aunque no inmediatamente: la infraestructura para energías limpias aún requiere inversiones de hasta 48 mil millones de dólares, según la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA).
México no está partiendo de cero. Con una radiación solar de 5.5 kWh/m² al día —superior a la de Alemania, líder europeo en fotovoltaica—, estados como Sonora y Chihuahua ya albergan parques solares capaces de abastecer a 1.2 millones de hogares. En Oaxaca, el corredor eólico de Istmo de Tehuantepec genera 5.5 GW, suficiente para reemplazar tres plantas termoeléctricas de carbón. Estos proyectos no solo limpian el aire: la Asociación Mexicana de Energía Eólica calcula que han creado 12,000 empleos directos, muchos en comunidades rurales.
Pero el camino tiene baches. Solo el 14% de los municipios del país cuenta con incentivos para instalar paneles solares, y la red eléctrica requiere modernizarse para gestionar energías intermitentes. “Es como querer usar un smartphone con la batería de un teléfono de los 90: sin infraestructura adecuada, el sistema colapsa”, advierte la Dra. Valeria Souza, investigadora de la UNAM especializada en políticas energéticas.
Aquí está el verdadero examen para México: el 38% de la población vive en pobreza, y para muchos, un auto eléctrico sigue siendo un lujo inalcanzable (el costo promedio ronda los 500,000 pesos). Organizaciones como Greenpeace México insisten en que la transición debe incluir subsidios para transporte público eléctrico y capacitación en energías renovables para trabajadores de Pemex. Un ejemplo esperanzador: en Yucatán, cooperativas mayas están instalando sistemas solares comunitarios, reduciendo su gasto en diesel un 70%.
La transición energética no es una moda, sino una reinvención necesaria. Para los ciudadanos, significará adaptarse a nuevas tecnologías, presenciar una lenta pero constante baja en la demanda de gasolina, y quizá, en una década, respirar un aire 20% más limpio en ciudades como Monterrey o CDMX.
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