Expertos advierten que los yacimientos no convencionales podrían reducir la dependencia energética, siempre que se defina una estrategia clara.
En el salón principal de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC), las miradas se cruzaban entre ingenieros, empresarios y funcionarios. Afuera, el calor de la tarde golpeaba los ventanales, mientras adentro la tensión se palpaba: ¿Debe México apostar por los yacimientos no convencionales?
Carlos Eduardo Machado, director de Verdad Exploración México, tomó el micrófono y lanzó la frase que encendió el debate:
El auditorio guardó silencio. La respuesta no era sencilla: el fracking sigue siendo un tema tabú, pero los números son contundentes.
Según la Secretaría de Desarrollo Energético de Tamaulipas, más de la mitad de los recursos prospectivos de gas en México son no convencionales. Solo Tamaulipas concentra el 49% de estas reservas, en cuencas adyacentes a Eagle Ford, donde EE.UU. logró su boom energético.
William Antonio, directivo de SLB, fue más allá:
Mientras tanto, Dimitrii Krivobokjov, de Lukoil, recordó que Arabia Saudita tardó cuatro años en pasar de la perforación exploratoria a la producción comercial.
El potencial es enorme, pero el costo también: desarrollar estos campos requeriría hasta 1.5 veces el presupuesto anual de Pemex Exploración y Producción. Además, la polémica ambiental sigue latente.
En un rincón del foro, una ingeniera del Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) mostraba en su tablet un prototipo:
—“Estamos trabajando en una tecnología que sustituye el agua por
dióxido de carbono y nitrógeno. Si reducimos el impacto ambiental,
reducimos la resistencia social”.
Mientras EE.UU. suma 4.8 millones de pozos perforados, México apenas alcanza 34 mil, de los cuales 7,330 están en Tamaulipas. La diferencia no solo es técnica: es política, regulatoria y financiera.
Machado cerró su intervención con un tono desafiante:
—“Si no actuamos, seguiremos importando gas caro y perdiendo competitividad. El fracking no es el enemigo; la inacción sí”.
México está ante una disyuntiva histórica: aprovechar su potencial no convencional para reducir la dependencia energética o mantener la política de rechazo al fracking. La decisión no será técnica, sino política. Y el tiempo, advierten los expertos, corre en contra.
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