Descubre cómo la Inteligencia Artificial podría revolucionar el riego en Nuevo León y frenar la sobreexplotación de agua, pese a los retos de inversión, burocracia y corrupción que amenazan este ambicioso proyecto.
La escasez de agua en Nuevo León no es novedad; los ríos y acuíferos parecen menguar al ritmo de la urbanización y de la eterna sed industrial. Pero, pese a los discursos altisonantes de las autoridades, un 70% del consumo hídrico local se lo sigue llevando el campo, muchas veces con sistemas de riego dignos del siglo pasado. Ahora, la idea salvadora es meterle Inteligencia Artificial al riego. ¿Es la gran panacea o sólo otra promesa que puede quedarse en el aire?
La firma Kilimo realizó un estudio que deja muy clara una realidad incómoda: la cuenca Bravo-San Juan sufre una sobreexplotación del 72%, y los recursos superficiales entre Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León están en la cuerda floja. Cuando llega una tormenta extraordinaria, como la de Alberto, la región recupera algo de respiro, pero ni de cerca suficiente para contrarrestar el ritmo al que sacamos el agua. Ante ese escenario, la propuesta es reemplazar el riego por inundación —que sólo aprovecha un 30% del líquido— por riego presurizado (goteo) asistido con IA.
Según Carmen Guerrero Sotelo, gerente de soluciones climáticas en Kilimo, el método consiste en colocar sensores y software para “decirle” al agricultor, con precisión casi quirúrgica, cuánta agua echarle a la tierra y en qué momento. O sea, en lugar de regar a lo loco, se regaría “a la carta”, evitando derroches descomunales. Esto no es sólo un sueño de nerds: la propia firma ganó un premio en el Foro Económico Mundial por el uso de IA para manejo de agua dulce.
Cuentan que ya se probó en Montemorelos, General Terán y Cadereyta con resultados decentes: mil 700 metros cúbicos de agua ahorrados por hectárea. Sumados a la adopción del riego por goteo, el ahorro pinta interesante. Sin embargo, la pregunta es: ¿cómo escalas eso a todos los rancheros, muchos de los cuales ni luz eléctrica estable tienen para los sistemas presurizados, y que además podrían ver en la IA un gasto extra? Hablamos de un estado en el que, cuando se anunció la crisis del agua en 2022, se adoptaron medidas de emergencia a medias y poco duraderas.
Ahora, la idea de llevar esto a gran escala recae en el Consejo Nacional Agropecuario, que tendría que convencer a los agricultores para desmantelar la vieja práctica de inundar cultivos y apostar por la vanguardia digital. El punto flaco: a menudo, los productores, sobre todo los más pequeños, no cuentan con incentivos ni financiamiento suficiente para una transición costosa. Además, no son pocos los que sospechan que, con tanto “avance”, podrían llegar otras presiones (por ejemplo, cobros para mantenimiento de software o licencias IA).
La emergencia es real: se habla de “cuenca Bravo-San Juan” y uno se imagina un paisaje idílico; la realidad es que el acuífero está en franco declive. La Conagua, sin ir más lejos, concedió más permisos de extracción que la recarga natural. De modo que, si la idea de la IA se topa con la apatía o con la burocracia de la administración, podríamos terminar con un “no hay agua” recargado. El caso no sería inédito; la historia en México está plagada de planes hídricos que se quedan en un cajón, mientras las presas secas se vuelven parte del paisaje.
La tecnología y la innovación son un paso prometedor, pero no sirven de nada si las autoridades no le meten seriedad a la planeación ni si la corrupción acaba engullendo los recursos (porque ¿quién garantiza que no surjan contratos inflados para sistemas IA inexistentes?). Nuevo León, con su crisis hídrica, podría convertirse en un laboratorio interesante: si la IA funciona de veras, se podría replicar en otras regiones donde los agricultores no necesitan “poder regar a ojo”, sino con datos duros. Lo que se requiere es voluntad política y cero tolerancia a la trácala. Lo que se requiere, en suma, es hacer algo que de verdad la gente se crea.
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