La Uni de la Salud: un giro al futuro sin costo

Descubre cómo la nueva Universidad de la Salud, impulsada por el CONACYT, promete ampliar las opciones académicas en el campo médico sin exprimir tu bolsillo ni complicarte la existencia. Una apuesta por la formación gratuita, de calidad, descentralizada y con miras a mejorar el bienestar de todos los mexicanos.

La Uni de la Salud: un giro al futuro sin costo

Hoy 16 de diciembre, a la CONAMER llegó una propuesta que, al menos de entrada, suena a algo grande: la creación de la Universidad de la Salud como un organismo descentralizado de la Administración Pública Federal. El anteproyecto viene del CONACYT y, si uno se pone a leer con calma el documento, nota que no se trata de cualquier ocurrencia. Acá hablamos de un nuevo centro educativo de corte público, en teoría diseñado para formar profesionistas en el campo de la salud con el fin de atender las necesidades del país. “Nada mal, ¿no?”, podríamos pensar. Suena a algo bien intencionado: más médicos, más enfermeras, más investigadores. En papel, todo se ve en colores pastel.

Pero bueno, la música suena distinta cuando afinamos el oído. Esta propuesta se encuentra en la CONAMER y la presentan bajo la figura de Exención de AIR (Análisis de Impacto Regulatorio). ¿Y eso qué significa en cristiano? Pues que, según los autores de la iniciativa, este decreto no le va a costar un peso al ciudadano de a pie, ni va a imponer trámites, obligaciones o sanciones a los particulares. En otras palabras, están diciendo que levantar una universidad pública no trae costos regulatorios para la gente. “¡Órale, qué chido! ¡Maná caído del cielo!”, diría la vecina. Pero, ¿esto es real?

De acuerdo con la información oficial, el proyecto no añade ni una traba más para el sector privado, no mete nuevos cobros ni papeleo extra, no te obliga a formarte en ninguna ventanilla ni a pagar cuotas escondidas. Al menos eso afirma el texto. Suena a la promesa de un concierto gratuito en el zócalo: pura fiesta y ni un centavo en la puerta. Sin embargo, no hay que ser malpensados, pero ya sabemos que las entidades públicas no florecen sin recursos. Así como la milpa necesita agua, las instituciones requieren lana, gestión y personal. Claro, el decreto no está diciendo que le va a cobrar a Juan Pérez un extra por querer inscribirse, pero de algún lado saldrá la inversión. Aunque aquí el detalle es que el decreto se fija en las cargas para los particulares, no en el gasto público. Así que, en estricto sentido, puede que la exención de AIR no sea ilegal ni inadecuada. Simplemente, la norma no obliga a las personas a hacer algo ni las sanciona, por ende no hay costos privados que analizar a profundidad. Suena extraño, pero jurídicamente podría ser correcto.

Entonces, ¿está bien que declaren esta exención? Pues si nos ceñimos a lo que dicta el manual, la regulación no encarece la vida de las personas, no impone requisitos nuevos a la iniciativa privada, ni mete ganchos al hígado en forma de sanciones. Así que, desde una perspectiva técnica, la exención de AIR se justifica: la norma no recae sobre nosotros, el ciudadano común, con nuevas obligaciones. Ahora, que esto no genere costos para el Estado, esa es otra canción. El documento no necesita evaluar impacto a particulares, pero eso no quiere decir que salga gratis. Montar una universidad es, por decirlo con una analogía culinaria, como cocinar un mole poblano: insumos, tiempo, planeación, talento y ganas. Y eso cuesta, aunque no sea el particular quien pague directamente.

En conclusión, este decreto pinta como un lienzo bien lavado: sin manchas de costos regulatorios a la gente. Parece una apuesta por ampliar la oferta educativa en salud, muy probablemente para echar una mano a un sistema sanitario con huecos y parches. El “todo sin costos para el público” funciona, al menos en el sentido estricto de la regulación hacia particulares. Al final, la Universidad de la Salud podría ser un paso para fortalecer la formación de quienes velarán por nuestra salud, sin cargar con más trámites a la comunidad. Pero no nos confundamos: gratis no es, sólo que el costo no se refleja en una fila kilométrica ni en un pago extra del bolsillo ciudadano. Digamos que es una especie de inversión pública a la que no le tocó entrar en el juego de la AIR. ¿Está bien? Quizás sí, quizás no, pero así son las reglas del baile regulatorio. Y la gente, mientras tanto, a mirar de reojo a ver si esta promesa cuaja y da frutos dulces. En una de esas, y al final, sí nos sale buena la apuesta. Por lo pronto, ahí está la propuesta ante CONAMER, sin costos, sin filas, pero con muchas expectativas.

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