México explora importar Gas Natural Licuado canadiense para recortar su dependencia del 70 % con EE. UU. El plan promete diversificación, pero plantea retos de costos y logística.
Una nueva corriente de gas sopla sobre Norteamérica. En un encuentro que pasó casi desapercibido para la opinión pública, la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro Mark Carney acordaron explorar un corredor de Gas Natural canadiense–mexicano que debilite la dependencia histórica de México del combustible estadounidense. Si el proyecto prospera, el GNL canadiense llegaría en buques a puertos del Pacífico y del Golfo, modularía riesgos geopolíticos y, de paso, inyectaría competencia a los precios del crudo y el gas en toda la región. Pero la travesía está plagada de interrogantes logísticos, financieros y medioambientales.
En la cumbre del G7 en Kananaskis, Alberta, Sheinbaum y Carney intercambiaron cifras que erizan la piel de cualquier estratega: México depende en 70 % del gas natural que corre por ductos desde Texas. Cualquier bloqueo climático en Permian o disputa comercial puede dejar a la industria mexicana temblando. Canadá ofreció su enorme excedente —vendido hoy a Estados Unidos a centavos— para diversificar la matriz mexicana.
Hablar de precios revela la paradoja: mientras Henry Hub ronda los 3 USD por millón de BTU, el gas europeo se mantiene en 15 USD y el asiático en 20. Canadá presume costos de boca de pozo cercanos a 1 USD, pero licuarlo y llevarlo al Pacífico elevaría la factura. Aun así, comparado con futuros de Henry Hub que anticipan alzas por la fiebre de IA y data centers, el esquema podría ser competitivo.
El plan contempla dos rutas:
Pacífico canadiense–Manzanillo: tanqueros de GNL partirían de British Columbia y descargarían en terminales mexicanas en 7 días.
Atlántico canadiense–Progreso/Altamira: viaje más largo, pero aprovecharía terminales ya proyectadas para reexportar gas estadounidense.
Ambas opciones necesitan contratos a 20 años para justificar licuefacción en la Columbia Británica y regasificación en México. Empresas como TC Energy ven allí el próximo gran negocio: prevén que la demanda norteamericana aumente 40 BCF/d en la década.
En 2020, las proyecciones de consumo de gas parecían estables; cinco años después, los servidores que entrenan LLM y minan criptomonedas duplicaron esa curva. El gas natural asegura voltajes estables y potencia continua donde el viento y el sol aún fallan. La CanCham advierte: o México suma moléculas frescas o las inversiones de nearshoring buscarán electricidad al norte del río Bravo.
El vicepresidente de CanCham, Rafael García, pone el dedo en la llaga: el tratado T-MEC permite flujos de gas, petróleo y electricidad en ambas direcciones, pero todavía existen aranceles y cuellos de botella regulatorios que encarecen la operación. Su propuesta: un mercado energético sin tarifas internas que trate a las moléculas como bits.
Si México firma el pacto, se convertirá en bisagra: exportará electricidad solar a Arizona, petrolíferos a Texas y recibirá GNL canadiense según dictamine el mercado. Pero no hay almuerzo gratis: will Mexican pipelines handle bidirectional flow? ¿Quién financiará las plantas de licuefacción y regasificación? Y, sobre todo, ¿admitirá Washington perder parte de su negocio estrella? Cada respuesta exigirá acuerdos políticos tan complejos como la termodinámica del gas.
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