Descubre cómo los aranceles propuestos por Donald Trump pueden pegarle duro al bolsillo de millones de familias en Estados Unidos y por qué Marcelo Ebrard los califica como un “error estratégico” que golpearía a ambos lados de la frontera.
Imponer aranceles a México es como querer remendar un traje con hilo roto: tarde o temprano se nota el descosido y acaba saliéndole más caro al sastre. Marcelo Ebrard, quien ha fungido como la voz oficial ante las amenazas de Donald Trump, no se anduvo con rodeos y calificó de “error estratégico” la propuesta de subir los aranceles a partir de este 1 de febrero. Aunque suene a regaño diplomático, la realidad es que un gravamen del 25% a productos mexicanos se convertiría en un navajazo directo a los bolsillos de millones de familias estadounidenses, que acabarían pagando más por autos, computadoras, refrigeradores y otros productos que llegan de este lado de la frontera.
Imagínense, de un día para otro, los automóviles se encarecerían al punto de costarle a unos 12 millones de hogares en Estados Unidos un total adicional de 10 mil 427 millones de dólares, casi como comprarse otro cachito de una deuda que ni pidieron. El golpe a las computadoras alcanzaría a 40 millones de familias, con un cargo extra de 7 mil 104 millones de dólares, mientras que las pantallas y televisores —omnipresentes en la vida moderna— implicarían 2 mil 397 millones de dólares más de gasto para unas 32 millones de familias. Un dineral, pues.
Y no es que sean cuentas alegres hechas para espantar a la banda de allá, sino más bien una sacudida a la economía que podría calarle hondo a los estados fronterizos de Estados Unidos, como California, Texas, Florida y Arizona, donde las tiendas están hasta el gorro de productos hechos en México. Al final, estos aranceles sería como ponerse una soga al cuello: claro que nos pegaría a nosotros, pero también los dejaría a ellos con la cartera temblando.
Ebrard, quien en realidad ha encabezado varios temas de la política exterior de México, insiste en que estas medidas son la receta perfecta para provocar tensiones innecesarias y dolores de cabeza financieros. Para muchos, esto suena a una jugada contraproducente de Donald Trump, como dispararse en el pie y luego culpar al zapato. La neta, nadie quiere llegar a ese extremo, porque al final el golpe lo pagarían las familias de uno y otro lado de la frontera.
Así que, si algo hemos aprendido, es que la economía no se maneja a base de berrinches arancelarios. No se trata de darle gusto a la galería política de turno, sino de proteger el bienestar compartido de vecinos que comparten algo más que una línea divisoria en el mapa. En pocas palabras, ponerle un impuesto gigante a la cooperación comercial es un tiro por la culata que deja a todos con menos.
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