Descubre cómo la reforma constitucional busca proteger al maíz nativo en México, y por qué expertos consideran que se queda corta frente a los desafíos de biodiversidad y soberanía alimentaria.
El maíz no es solo un cultivo; es el corazón de la identidad mexicana, un recurso genético clave y un alimento esencial para millones. Sin embargo, la reciente propuesta de reforma constitucional para proteger al maíz nativo ha despertado una ola de críticas por su enfoque limitado y las lagunas que presenta. Además, la iniciativa fue presentada el 21 de enero de 2025 y, ese mismo día, se aceptó una exención del Análisis de Impacto Regulatorio (AIR) de manera automática. Esto generó controversia, ya que la aceptación fue firmada por Bernardo De Luna Ruiz, cuya relación con la CONAMER no ha sido verificada, lo que plantea dudas sobre la transparencia del proceso.
La propuesta de reforma busca modificar los artículos 4º y 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Su objetivo principal es declarar al maíz como elemento de identidad nacional y garantizar que su cultivo sea libre de transgénicos. Sin embargo, este enfoque no incluye otras formas de modificación genética, como la edición genética mediante herramientas como CRISPR-Cas9. Esto ha generado críticas sobre la falta de una protección integral frente a las tecnologías emergentes.
Diversos sectores, desde organizaciones campesinas hasta científicos y activistas, han expresado inquietudes clave respecto a la iniciativa:
Enfoque limitado a los transgénicos: Reducir el alcance de la protección al maíz transgénico excluye otras técnicas de modificación genética que también podrían amenazar la biodiversidad y la soberanía alimentaria. Es fundamental ampliar el marco para incluir todas las formas de alteración genética.
Falta de medidas para garantizar la trazabilidad: Los expertos han destacado la necesidad de implementar sistemas efectivos para rastrear el maíz genéticamente modificado, evitando su mezcla con variedades nativas.
Ausencia de regulaciones sobre el consumo humano: La propuesta no aborda el consumo de maíz genéticamente modificado en alimentos, un tema que ya ha generado controversias en paneles internacionales, como el del T-MEC.
Riesgos asociados a agroquímicos: El uso de herbicidas como el glifosato, estrechamente ligado a los cultivos transgénicos, plantea serias preocupaciones sobre su impacto en la salud humana y el medio ambiente.
México es el centro de origen del maíz, hogar de 59 razas nativas que representan un acervo genético invaluable. La dispersión de polen de maíz genéticamente modificado ya ha contaminado algunas de estas variedades, amenazando su diversidad y la capacidad de los campesinos para mantener sus prácticas tradicionales.
Además, el maíz es un símbolo cultural. Desde su domesticación hace miles de años, ha sido parte central de la gastronomía, la economía y las tradiciones mexicanas. La reforma actual no profundiza en esta relación biocultural ni reconoce el papel de las comunidades campesinas en la conservación del maíz.
Para garantizar una protección integral del maíz nativo, la reforma necesita ajustes fundamentales:
Ampliar el concepto de protección: Incluir todas las formas de modificación genética, no solo los transgénicos.
Fortalecer la trazabilidad: Crear sistemas que permitan rastrear el origen y el destino del maíz genéticamente modificado.
Regular el consumo humano: Prohibir el uso de maíz genéticamente modificado en alimentos básicos como la tortilla y el nixtamal.
Garantizar un manejo agroecológico: Fomentar prácticas sostenibles que respeten la biodiversidad y reduzcan la dependencia de agroquímicos.
Promover la soberanía alimentaria: Priorizar el apoyo a pequeños productores y garantizar el acceso a semillas nativas.
La protección del maíz nativo no es solo una cuestión ambiental o agrícola; es un compromiso con nuestra historia, cultura y soberanía. La reforma actual, aunque bien intencionada, debe fortalecerse para abordar los desafíos complejos que enfrentamos. Solo así podremos garantizar que las futuras generaciones hereden no solo un país con maíz, sino un país con identidad.
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