México adopta un tope absoluto de emisiones para 2035 mientras acelera la refinación. Qué debe cambiar en planta y en reglas para cumplir la NDC sin frenar combustibles.
La paradoja se puede tocar. Un país que promete limitar, por primera vez, sus emisiones totales hacia 2035, al mismo tiempo empuja la carga de crudo en su sistema de refinación y celebra picos de proceso. La discusión no es ideológica: es de ingeniería, cronograma y reglas. Si México quiere que su nueva NDC no sea papel mojado, el mapa de la refinación tiene que cambiar de rumbo —sin pretextos y sin milagros.
En el expediente que México llevó a la mesa climática, el objetivo es concreto: tope absoluto de 364–404 MtCO₂e para 2035 (y 332–363 MtCO₂e con apoyo internacional). En paralelo, la política energética prioriza autosuficiencia de combustibles: más crudo en refinerías, Olmeca elevando tasas de operación, y un discurso de “menos importaciones, más producción local”. Dos guiones que hoy corren en direcciones opuestas: uno exige reducciones medibles; el otro mantiene un perfil de emisiones alto en plantas con ineficiencias históricas, paros no programados y carga de combustóleo que presiona la intensidad de carbono.
La pregunta clave no es si México puede refinar más. Puede. La pregunta es cómo lo hace sin romper su propio techo climático. La respuesta no cabe en slogans: pide obras, controles y prioridades nuevas dentro de las mismas instalaciones. Traducido a piso de planta:
Menos antorcha, más recuperación. Cada metro cúbico de gas que no va a la antorcha debe convertirse en insumo. Esto se logra con sellos y válvulas sin fuga, recuperación de vapores en tanques, flare gas recovery y estricta disciplina de arranque/paros.
Calderas y hornos en estándar. Los hornos viejos devoran gas y emiten; con quemadores de alta eficiencia, control de oxígeno y balances térmicos actualizados, la misma carga se procesa con menos combustible.
Coker y desulfuradoras trabajando de verdad. Menos fuel oil y más productos limpios implican cokers confiables, HDS/HYD con hidrógeno suficiente y CCR/Isomerización bien afinados. Aquí no caben medias tintas: o se invierte en disponibilidad, o el balance de carbono se dispara.
Electricidad más limpia en planta. Donde el autogenerador sea ineficiente, comprar potencia y energía más limpia (o instalar BESS para picos de arranque) reduce la huella indirecta sin tocar la química del proceso.
MRV serio, no PDFs. Si no se mide, no se gestiona. MRV a nivel unidad de proceso, con telemetría y series de tiempo auditables para CO₂, CH₄ y antorcha. El regulador necesita ver tendencias, no promedios bonitos.
Ese giro técnico solo sirve si se amarra con reglas. Tres ajustes regulatorio-operativos harían la diferencia este mismo sexenio:
Intensidad de carbono por refinería como métrica pública. Un índice claro, comparable y trimestral, con bandas de desempeño y planes de mejora obligatorios. Quien esté por arriba, presenta proyecto y fecha.
Antorcha con precio. Paros, arranques y emergencias seguirán ocurriendo; lo que no puede seguir gratis es quemar rutina. Un cargo por tonelada con créditos para quien reduzca fugas y recupere gas crea incentivos reales.
Permisos y financiamiento condicionados a eficiencia. Crédito público y apoyos fiscales atados a kilos de CO₂ evitados por dólar en hornos, calderas y unidades críticas. No más CAPEX que solo “pinta” indicadores.
¿Y Olmeca? Es la prueba. Si la nueva refinería opera por encima de 50–60% con disponibilidad estable y recorta su combustible interno por GJ procesado, puede ser catalizador de buenas prácticas para el Sistema Nacional de Refinación; si se vuelve un “sumidero” de gas e hidrógeno sin confiabilidad, la NDC se estresa antes de 2030. La carga sola no suma; la eficiencia manda.
Todos los caminos regresan a lo mismo: coherencia. El techo de emisiones es una decisión política con exigencia técnica. Si México la toma en serio, el expediente climático y la estrategia de refinación pueden coexistir… siempre y cuando la segunda deje de vivir en 1995.
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