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Autoconsumo CNE 2025: cómo dimensionar proyectos de 0.7 a 20 MW sin caer en causales de cancelación

Autoconsumo CNE 2025: cómo dimensionar proyectos de 0.7 a 20 MW sin caer en causales de cancelación

Guía técnica para dimensionar autoconsumo interconectado de 0.7 a 20 MW en México bajo CNE 2025: curvas de carga, capacidad instalada, medición y evidencia operativa para evitar causales de cancelación y riesgos de cumplimiento.

En 2025 el autoconsumo dejó de ser un ejercicio de ingeniería que se defendía con un modelo financiero y un estudio de factibilidad. Con la nueva lógica regulatoria, el dimensionamiento se convirtió en un hecho verificable, auditable y sancionable. En términos prácticos, la autoridad ya no mira solo la potencia instalada y el expediente de permiso; mira el comportamiento operativo real: si la central está siendo usada como autoconsumo en sentido estricto, si la demanda propia existe y si la capacidad instalada guarda proporción con esa demanda a lo largo del tiempo. Ese giro es el punto donde proyectos técnicamente “viables” empiezan a oler a cancelación.

La CNE está empujando una lectura más literal de dos ideas: “necesidades propias en sitio” y “uso efectivo de la capacidad”. En autoconsumo, la energía debe nacer para consumirse localmente, dentro de una red particular, y la interconexión no puede convertirse en un atajo para colocar excedentes como si fueran venta al mercado. El mensaje de fondo es institucional: el autoconsumo no es una vía alterna de comercialización, es una figura acotada para resolver una demanda propia demostrable. Cuando se pierde esa naturaleza, el permiso se vuelve frágil.

La nueva lógica regulatoria: del expediente al comportamiento medible

El cambio más relevante es que el cumplimiento ya no se prueba solo con papeles; se prueba con curvas, registros y trazas de medición. En el régimen interconectado, el regulador y los operadores del sistema tienen visibilidad de intercambios, flujos, periodos de inyección y patrones horarios. Esto reordena el riesgo para la industria porque muchos proyectos fueron diseñados con una premisa que hoy es peligrosa: “si sobra, ya veremos cómo colocarlo”. La nueva arquitectura normativa acota ese “ya veremos” y lo vuelve un riesgo directo.

La lógica de “uso efectivo” entra por una puerta simple: si la central existe para abastecer demanda propia, la demanda debe aparecer de forma consistente en la operación. Cuando la central está sistemáticamente por encima de lo que el sitio puede absorber, el sistema lo delata en forma de excedentes recurrentes, potencias inversas que se disparan, protecciones que actúan o, peor, energía que termina empujándose hacia la red de manera no permitida. A partir de ahí la conversación deja de ser de desempeño y pasa a ser de naturaleza jurídica del proyecto.

En paralelo, la figura de “grupo de autoconsumo” y el padrón de usuarias asociadas se convierten en un segundo eje de exposición. No basta con decir “mi grupo consume”; el grupo debe existir en registros, mantenerse actualizado y reflejar una relación física real con la red particular. Cambios frecuentes, altas y bajas improvisadas o sustituciones de cargas para “arreglar” indicadores son señales que un área de cumplimiento debería tratar como banderas rojas, porque evidencian que el dimensionamiento no correspondía a la demanda real desde el inicio.

Por qué el sobredimensionamiento ya no es solo financiero, ahora es regulatorio

Históricamente el sobredimensionamiento se castigaba con un proyecto más caro, retornos más lentos y una curva de aprendizaje operativa. En 2025 se castiga, además, con la posibilidad de caer en causales de cancelación si el consumo propio no guarda proporción con la capacidad instalada durante periodos sostenidos. Esa es la ruptura: un error que antes era “ineficiencia” hoy puede convertirse en “desnaturalización”.

El sobredimensionamiento suele nacer de tres errores recurrentes. El primero es confundir demanda máxima con demanda base y diseñar potencia instalada para un pico que ocurre pocas horas al mes. El segundo es asumir expansiones de planta sin un programa de inversión y sin fechas vinculantes, dejando al proyecto colgado con capacidad ociosa que no puede justificarse. El tercero es inflar el consumo proyectado por razones corporativas, por ejemplo, “blindaje energético” o “autonomía”, sin traducir ese discurso a una curva de carga verificada con datos medidos y escenarios conservadores.

La lectura regulatoria actual no perdona el tercer error porque no discute intenciones, discute evidencia. Si la central opera muy por debajo de lo instalado y lo hace de manera persistente, el proyecto empieza a parecer, a ojos de la autoridad, una central diseñada para inyectar o para “tener permiso” más que para satisfacer necesidades propias.

Cómo diseñar curvas de carga que resistan auditoría, no solo una presentación

La curva de carga ya no es un anexo bonito. Es el corazón probatorio del autoconsumo. Para proyectos de 0.7 a 20 MW, una práctica robusta es construir curvas a resolución mínima de 15 minutos y sostenerlas con datos medidos del sitio, no con promedios mensuales. El objetivo es mostrar la forma real del consumo: el valle nocturno, la rampa de arranque de procesos, la estacionalidad por temperatura, turnos, paros de mantenimiento y eventos de producción.

Una curva defendible no es “una línea suavizada”, es una narración cuantitativa del proceso industrial. Si el sitio es una cementera, la curva debe reflejar molienda y hornos con su patrón de operación. Si es un parque industrial, debe separar cargas críticas, cargas flexibles y cargas que dependen de ocupación. Si es logística o refrigeración, debe incluir sensibilidad térmica y respaldo. Esa granularidad importa porque, cuando hay revisión, lo que se cuestiona no es solo el número, sino la plausibilidad: si la curva parece genérica, el proyecto se vuelve atacable.

En paralelo, la ingeniería debe diseñar el autoconsumo para que la curva de generación no “empuje” a la curva de consumo. Es decir, no se trata de instalar X MW y luego forzar consumo con estrategias operativas que no existían. Se trata de que la capacidad instalada siga al consumo propio con márgenes razonables y justificables. El margen razonable existe, pero debe explicarse con base técnica: redundancia, resiliencia, degradación, disponibilidad, expansión programada o sustitución de energía comprada en ciertas ventanas.

Capacidad instalada: cómo dimensionar 0.7 a 20 MW sin caer en la zona roja

Dimensionar hoy es elegir una capacidad instalada que el sitio pueda absorber bajo escenarios conservadores durante la mayor parte del año, y que pueda justificar cuando no lo haga. En la práctica, eso obliga a separar tres capas: demanda propia mínima, demanda propia típica y demanda propia máxima. El error clásico es diseñar con la máxima como si fuera típica.

Una estrategia sólida es que el dimensionamiento se apoye en un “caso base” que no dependa de expansiones futuras, y que cualquier expansión se trate como etapa con condiciones de entrada definidas: inversión comprometida, fechas internas aprobadas, equipos en procurement o contrato EPC ya activado. En términos de cumplimiento, una etapa futura sin soporte documental es capacidad ociosa anticipada, y esa ociosidad es la materia prima de una causal.

También cambió el valor de la flexibilidad. Si el sitio tiene demanda variable, el proyecto que incorpora control real, recorte de generación, gestión de carga y almacenamiento donde aplique, tiene mejores defensas. No como discurso de transición, sino como mecanismo operativo para evitar excedentes involuntarios y para sostener la naturaleza de consumo propio aun cuando el proceso industrial caiga temporalmente. La flexibilidad ya no es solo eficiencia, es blindaje regulatorio.

Medición y evidencia operativa: el autoconsumo se prueba con datos, no con declaraciones

En autoconsumo interconectado, el diseño de medición debe responder a una pregunta simple: ¿puedes demostrar, con datos trazables, que la energía generada se destinó a necesidades propias y que cualquier excedente siguió la ruta permitida? Eso implica medición en puntos clave, sellos de integridad, trazas históricas y una disciplina de resguardo.

La medición debe permitir reconciliar generación, consumo interno, energía tomada de la red y, cuando aplique, excedentes. Si los números no cuadran, el proyecto entra en modo riesgo. No porque “falte un reporte”, sino porque la incongruencia alimenta la narrativa de desnaturalización. Además, las protecciones de potencia inversa o de bajo consumo dejan de ser un requisito de ingeniería y se vuelven un testigo de conducta: si se disparan con frecuencia, están contando una historia que el expediente no puede tapar.

La evidencia operativa también incluye bitácoras de operación, paros, mantenimientos, calibraciones, cambios de configuración y cualquier evento que explique por qué el consumo propio bajó o por qué la central operó fuera de su patrón. En 2025, la diferencia entre “incidente operativo” y “señal regulatoria” es la calidad de tu registro.

Documentación técnica antes, durante y después de la entrada en operación

Antes de la entrada en operación, la documentación crítica es la que amarra la coherencia entre demanda propia y capacidad instalada. Debe existir una memoria técnica de dimensionamiento que no solo diga “X MW por consumo”, sino que muestre series de datos del sitio, escenarios y supuestos, y que deje claro qué parte de la capacidad responde a demanda actual y qué parte a etapas futuras con soporte. En paralelo, deben existir diagramas unifilares, filosofía de control, protecciones, y el diseño de medición con puntos y responsabilidades.

Durante la construcción y comisionamiento, la documentación que salva proyectos es la que demuestra que lo diseñado se instaló como se aprobó. Cambios en equipos, ajustes de potencia, reconfiguraciones de medición o modificaciones en el punto de interconexión deben quedar trazados y aprobados internamente. El autoconsumo se vuelve vulnerable cuando el “as built” difiere del “as designed” y nadie puede explicar por qué.

Después de la entrada en operación, la documentación deja de ser estática y se convierte en un sistema vivo: reportes mensuales de comportamiento, reconciliación energética, evidencia de consumo propio, control de excedentes, mantenimiento de medición y actualización del padrón de usuarias cuando aplique. El punto fino es que el cumplimiento no se juega en el día uno, se juega en los 12 meses donde el regulador puede observar patrones y contrastarlos con lo declarado.

Señales tempranas de riesgo que un permisionario puede detectar

El riesgo rara vez llega como oficio sorpresivo. Suele anunciarse con síntomas operativos que el sitio normaliza. Si la central opera con un factor de utilización persistentemente bajo, no por paros técnicos sino por falta de demanda, el proyecto está entrando en terreno de exposición. Si los excedentes se vuelven rutina en horas específicas, el dimensionamiento está mal o el control está mal. Si el sitio depende cada vez más de “ajustes” para evitar inyección, la ingeniería está peleando contra la realidad del proceso.

Otra señal es organizacional: cuando finanzas empuja para “aprovechar el activo” y operación responde forzando producción, se invierte la lógica del autoconsumo. En lugar de que la central siga a la demanda, la demanda intenta seguir a la central. Eso suele terminar en patrones de consumo artificiales, cambios de turnos no justificados o decisiones de proceso que no resisten auditoría técnica.

También hay señales de compliance: actualizaciones tardías del padrón de usuarias, falta de consistencia entre lo reportado y lo medido, ausencia de bitácoras que expliquen meses atípicos, o dependencia excesiva de terceros para generar evidencia sin un responsable interno que entienda el sistema. En 2025, el autoconsumo requiere una figura de “dueño de evidencia” dentro del permisionario, porque la defensa se construye con anticipación, no cuando el riesgo ya se materializó.


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