México entra a diciembre de 2025 con gasolina en máximos recientes, un nuevo listado de precios de Gas LP y tarifas eléctricas presionadas por el fin de los subsidios de verano. Este análisis explica por qué el arranque del invierno será más caro que noviembre para hogares y PYMES, cómo se combinan estos tres precios en la economía diaria y qué vulnerabilidades y oportunidades se abren hacia 2026.
México llega a diciembre con una realidad incómoda para millones de automovilistas y hogares: llenar el tanque y recargar el cilindro será, en promedio, más caro que hace un mes, aun cuando el petróleo no está en máximos históricos.
En gasolina, el cierre de noviembre dejó precios promedio nacionales por arriba de los 23 pesos por litro en la regular y casi 26 pesos en la premium, con el diésel consolidado en la franja media de los 26 pesos. Más allá del promedio, lo que domina es la dispersión: en una misma ciudad pueden coexistir estaciones que venden regular por debajo de 23 pesos y otras que rozan o superan los 24; en algunas zonas urbanas, la premium rebasa con facilidad los 26 pesos. Esa brecha responde a diferencias en logística, estructura de costos, poder de mercado local y la ausencia de controles directos en el precio final al consumidor.
Diciembre no arranca desde cero, sino sobre esta base ya elevada, con un factor adicional: un esquema de IEPS a combustibles que ha dejado de funcionar como amortiguador semanal y se ha transformado en una fuente constante de recaudación. Después de meses sin estímulos fiscales, el espacio para “bajar” los precios vía Hacienda es prácticamente inexistente. El resultado para el consumidor es claro: aunque el tipo de cambio se mantiene relativamente estable y el petróleo no se ha disparado, el precio de la gasolina en la bomba no regresa a los niveles de hace uno o dos años.
En el Gas LP, el ajuste se ve de otra forma, pero se siente igual en el bolsillo. El país pasó de la lista de precios máximos vigente del 23 al 29 de noviembre a la nueva tabla para la semana del 30 de noviembre al 6 de diciembre, con rangos que en muchas regiones se mueven apenas unos centavos por kilo… pero sobre niveles ya altos, después de varios meses de escaladas graduales. En ciudades como la capital, el precio máximo por litro se mantiene en el entorno de los 10.6 pesos, mientras que en otras zonas del país los techos se acercan a los 11 pesos.
Para una familia que recarga un cilindro de 20 o 30 kilos cada tres o cuatro semanas, cada centavo por kilo acumulado en los últimos meses se traduce en una factura que ya no baja. Lo que antes era un gasto estacional más consumo en invierno o en época de lluvias se ha convertido en un rubro fijo que compite con renta, despensa y transporte.
Juntos, gasolina y Gas LP dibujan el primer trazo del “invierno caro”:
el automóvil particular, la flotilla de reparto y el transporte público arrancan diciembre con combustibles caros y sin colchón fiscal;
la cocina de gas y el calentador de paso operan sobre listas oficiales que se ajustan cada semana, casi siempre hacia arriba o con estancamientos en niveles altos.
No es un episodio aislado: es la nueva línea de base sobre la que se construirá 2026 para hogares y PYMES.
El tercer componente del invierno energético es la electricidad. Aquí el mensaje es aparentemente más benigno: el gobierno decidió mantener y ampliar los subsidios a tarifas domésticas, con montos superiores a los 80 mil millones de pesos para 2025 y una cifra similar prevista para 2026. Esto permite sostener la narrativa de que “la luz no sube por encima de la inflación” para la mayoría de los usuarios residenciales.
Sin embargo, detrás de ese mensaje hay dos matices clave. El primero es territorial: la llamada “tarifa de invierno” se aplicará de manera focalizada, esencialmente a un estado del país, donde se firmó un convenio específico para mantener precios reducidos hasta marzo, aun después del fin del subsidio de verano. El resto de los usuarios ve cómo, terminada la temporada de calor, las tarifas regresan a niveles más altos y se convierten en uno de los componentes regulados que más aportan a la inflación cuando el subsidio se retira.
El segundo matiz es estructural: mantener la promesa de tarifas estables implica un costo creciente para las finanzas públicas y para la empresa eléctrica estatal. Cada peso que se destina a subsidios es un peso menos para inversión en generación, transmisión y modernización de redes, en un momento en el que el sistema requiere capacidad nueva, digitalización y refuerzo frente a fenómenos climáticos extremos.
Para hogares y PYMES, el resultado es ambiguo:
a corto plazo, la factura de luz se contiene gracias al subsidio, lo que amortigua el impacto de gasolina y Gas LP;
a mediano plazo, la falta de inversión suficiente aumenta el riesgo de saturaciones locales, pérdidas técnicas, apagones y mayores costos de generación que, tarde o temprano, presionan el esquema tarifario.
Además, la tarifa doméstica de alto consumo (DAC) sigue siendo una amenaza silenciosa para quienes rebasan los límites de consumo subsidiado. Una familia que cruza ese umbral puede ver duplicado o triplicado el costo por kilowatt-hora, justo cuando el resto del entorno energético ya es más caro.
En términos prácticos, la electricidad cierra 2025 como una especie de “válvula de alivio” temporal: evita un colapso inmediato del poder adquisitivo, pero no resuelve las causas estructurales que encarecen la energía en el país.
Si se miran por separado, los movimientos de gasolina, Gas LP y luz pueden parecer ajustes más o menos manejables. Pero en la realidad de una familia o una pequeña empresa, estos tres precios no se viven como tres notas distintas, sino como una sola presión acumulada.
Un hogar urbano típico enfrenta en diciembre el siguiente escenario:
llenar el tanque del coche para las fiestas, el trabajo o los viajes cuesta más que en noviembre y mucho más que hace dos años;
recargar el cilindro o el tanque estacionario de Gas LP se lleva una porción creciente del ingreso, en un contexto de salarios que no crecen al mismo ritmo;
la factura de luz se mantiene “estable” gracias al subsidio, pero cualquier incremento en consumo un aire acondicionado en regiones cálidas, calefactores eléctricos, más tiempo en casa amenaza con empujar el recibo hacia tarifas más caras.
Para una PYME de comercio, servicios o pequeña manufactura, el cuadro es similar pero amplificado: gasolina cara para reparto y logística, Gas LP más caro para procesos térmicos y cocina, electricidad con subsidios menos generosos y riesgo de saltar a esquemas tarifarios más altos. En muchos casos, el margen de maniobra no estará en subir precios porque el consumidor ya viene golpeado sino en recortar otros gastos, postergar inversiones o ajustar plantilla.
A nivel macro, el país entra a 2026 con una doble cara energética:
por un lado, un esquema de precios y subsidios que protege parcialmente al consumidor en el corto plazo, pero
por otro, una estructura de costos que se vuelve rígida y regresiva, donde los hogares de mayores ingresos capturan buena parte del beneficio eléctrico, mientras que los de menores recursos pagan proporciones más altas de su ingreso en combustibles para movilidad y cocina.
La oportunidad está en leer este invierno caro no solo como una mala temporada, sino como una señal adelantada:
para hogares y negocios, de que la eficiencia energética, el consumo más inteligente y, en algunos casos, la adopción de soluciones distribuidas (paneles solares, calentadores más eficientes, flotas híbridas o a gas natural) dejarán de ser “lujos verdes” y se volverán estrategias de supervivencia económica;
para el gobierno, de que seguir administrando la energía a golpe de estímulos, listas semanales y subsidios crecientes tiene un límite fiscal y político.
El invierno de 2025 no es solo una estación: es un espejo de las tensiones que definirá la economía energética de los hogares y PYMES en los próximos años. Cómo se lea y qué reformas se impulsen a partir de él marcará la diferencia entre un país que normaliza la energía cara como destino… y otro que la convierte en un vector de competitividad, bienestar y estabilidad social.
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