Shell suspendió temporalmente la producción en Whale y Perdido tras el paro del sistema HOOPS. El evento altera diferenciales de crudo en la Costa del Golfo y afecta importaciones, logística marítima y precios de referencia para México.
En el Golfo de México todo parece estable hasta que un solo ducto deja de operar. Hoy, Shell confirmó cierres temporales en Whale y Perdido, dos de las plataformas más sofisticadas del offshore estadounidense, debido a la suspensión del sistema de oleoductos HOOPS. En minutos, el mercado volvió a mirar un riesgo que pocas veces se discute: la dependencia extrema de un corredor submarino que transporta crudo de aguas ultraprofundas hacia tierra firme y cuyo funcionamiento sostiene parte del equilibrio energético de Norteamérica.
El HOOPS es más que un ducto. Es la espina dorsal que recibe producción de varios hubs en el offshore profundo, la comprime, la estabiliza y la lleva hacia instalaciones costeras donde puede ser procesada o exportada. En un entorno donde las plataformas producen de manera continua y a grandes volúmenes, la detención del sistema implica detener pozos que no pueden seguir fluyendo sin una ruta inmediata de descarga. Sin ese corredor submarino funcionando, la ingeniería del Golfo se queda sin válvula de escape.
Whale, con una capacidad aproximada de cien mil barriles por día, y Perdido, con un potencial combinado cercano a ciento veinticinco mil barriles equivalentes diarios, representan una fracción sustantiva del crudo ligero y superligero que alimenta refinerías en Texas y Louisiana. Interrumpir esa producción no es solo un problema operativo. Es un shock de oferta puntual que altera el balance de crudos dulces en la región, modifica spreads entre calidades y reconfigura la curva de precios en la Costa del Golfo. En mercados ajustados, un movimiento de esta escala infla la volatilidad porque obliga a los refinadores a buscar sustitutos que no siempre están disponibles en tiempos competitivos.
El efecto en México es más directo de lo que parece. Las importaciones de combustibles y crudos ligeros desde la Costa del Golfo dependen de una matriz de precios referenciada a la disponibilidad regional. Cuando el suministro de plataformas estratégicas se interrumpe, los diferenciales entre crudos dulces y pesados se amplifican, y el Maya encuentra un nuevo punto de referencia en un mercado donde los refinadores ajustan dietas para compensar la ausencia de volúmenes estadounidenses. El resultado puede verse tanto en los costos de oportunidad de exportación como en el nivel de descuentos o primas que se otorgan según la calidad y la demanda puntual.
La logística marítima tampoco queda al margen. Buques que regularmente operan ciclos de carga desde plataformas o terminales cercanas al HOOPS deben reacomodarse y, en algunos casos, esperar instrucciones para evitar congestión en rutas donde la producción se suspende pero la infraestructura de transporte sigue en movimiento. Todo esto repercute en los tiempos de entrega de moléculas que, tarde o temprano, forman parte del sistema de refinación mexicano, ya sea como importaciones o como referencias de mercado para contratos.
Más allá del impacto inmediato, el episodio revela una vulnerabilidad mayor. El Golfo de México es una red interdependiente donde plataformas de última generación dependen de ductos construidos bajo lógicas de capacidad límite y con redundancias acotadas. El cierre del HOOPS muestra que la resiliencia de la región sigue siendo insuficiente para absorber fallas sin consecuencias de mercado. En un momento donde Estados Unidos y México están profundamente integrados en comercio energético, la suspensión de un corredor submarino afecta mucho más que la caja de una petrolera. Afecta la señal de precios que determina márgenes de refinación, costos de importación y, eventualmente, la estructura de precios internos en América del Norte.
El corte del HOOPS no durará para siempre, pero la lección sí. La infraestructura crítica del Golfo opera bajo una tensión constante entre eficiencia y fragilidad. Cada interrupción reabre la discusión sobre la falta de rutas alternativas, los riesgos de envejecimiento de ductos y la necesidad de invertir en redundancia en un mercado que se volvió demasiado dependiente de nodos únicos. Shell apaga plataformas. El Golfo ajusta expectativas. Y México, como parte del ecosistema energético integrado, siente el efecto aunque no haya cerrado una sola válvula.
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