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Cuando CFE avisa un corte, la red ya mandó un mensaje: la distribución eléctrica entra a su temporada crítica

Los cortes programados anunciados por CFE en Pachuca y el sur del país evidencian saturación de transformadores, mantenimiento diferido y rezago histórico en redes de distribución. La señal técnica es clara: la temporada crítica de confiabilidad eléctrica ya comenzó.

Cuando CFE avisa un corte, la red ya mandó un mensaje: la distribución eléctrica entra a su temporada crítica

El anuncio de cortes programados de cinco horas en Pachuca para el 11 de diciembre, junto con comunicados locales que anticipan interrupciones similares en el sur y sureste del país, no debe leerse como una noticia aislada ni como un simple ajuste operativo. Los cortes programados son la señal más transparente del estrés acumulado en la red de distribución, un nivel por debajo de la transmisión nacional, pero decisivo para la vida urbana, industrial y comercial. Cuando una empresa eléctrica recurre a programar interrupciones con anticipación, lo que está reconociendo, aunque no lo diga abiertamente, es que la red dejó de ser capaz de absorber la demanda sin un margen de seguridad aceptable.

La diferencia entre un corte por falla y un corte programado es la diferencia entre perder el control de la operación y gestionarlo. El corte por falla ocurre cuando un transformador se sobrecalienta, un alimentador revienta o una línea secundaria colapsa por sobrecarga. El corte programado, en cambio, es una maniobra de administración del riesgo: se selecciona un tramo de la red que opera al límite, se retira carga de forma temporal y se busca evitar un evento mayor que podría ocasionar daños permanentes en equipos, incendios en cajas de distribución o afectaciones masivas que durarían más de una tarde. El anuncio previo no expresa orden ni planificación perfecta; expresa vulnerabilidad administrada.

En regiones con crecimiento urbano acelerado, como Pachuca, la red de distribución se estira más rápido que los presupuestos. Las cargas residenciales se multiplican, los comercios se densifican y los parques industriales comienzan a demandar picos que antes no existían. Sin subestaciones nuevas, sin reconductorización o sin reemplazo de transformadores que ya excedieron su vida útil, la red opera en una franja estrecha entre la estabilidad y el deterioro. Los cortes programados son la confirmación de que la curva de expansión urbana ya rebasó a la curva de inversión eléctrica.

La situación del sur y sureste tiene otra lógica: redes antiguas, climas más agresivos para las líneas aéreas, menor redundancia y transformadores que han recibido mantenimiento diferido durante años. Un transformador que debería haberse reemplazado hace tres temporadas sigue en operación; un alimentador que requiere seccionamientos adicionales no los tiene; una zona de distribución sin automatización depende de maniobras manuales que no permiten aislar rápidamente problemas. La decisión de programar cortes indica, en muchos casos, que la empresa no puede garantizar la confiabilidad mínima durante picos de demanda o periodos de alta temperatura.

Más reveladora que el corte mismo es la forma en que se comunica. Avisos pegados en postes, volantes repartidos a última hora o mensajes locales desarticulados muestran que el sistema de notificación no está integrado al modelo operativo. Si la empresa no logra comunicar de manera oportuna, es porque los equipos de distribución trabajan con ventanas de tiempo muy cortas, realizan maniobras reactivas o reciben confirmación técnica de la necesidad del corte con apenas horas de anticipación. La comunicación deficiente no es un síntoma de mala voluntad, sino de saturación interna: si la red hubiera sido reforzada, automatizada y sensorizada, los avisos serían anticipados, digitales y precisos.

Detrás del fenómeno hay una tendencia silenciosa: México registra más cortes programados en zonas con expansión urbana rápida o con polos industriales emergentes. Las cargas no crecen de forma uniforme; lo hacen por nodos. Una nueva planta alimenticia, un parque logístico, una zona de vivienda vertical o una terminal de transferencia generan picos de demanda que la red secundaria no estaba diseñada para soportar. El margen de diseño de hace quince años no sirve para la realidad actual. En esas condiciones, la decisión de programar un corte es la única herramienta de control que evita daños catastróficos en la infraestructura.

La temporada crítica de distribución ya empezó. Conforme avancen las nuevas industrias, los asentamientos urbanos y el consumo eléctrico en hogares, CFE enfrentará un dilema operativo: reforzar la red a un ritmo más rápido que el crecimiento de la demanda o seguir administrando vulnerabilidades con cortes programados. La primera opción requiere inversiones sostenidas y planeación estratégica; la segunda se vuelve una señal recurrente de que la confiabilidad se sostiene en parches preventivos. Cada aviso de corte es una frase que la red está escribiendo en voz baja: el margen de seguridad se agotó y la infraestructura necesitará más que maniobras para recuperar estabilidad.


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