Pemex opera con inventarios limitados, red de ductos insuficiente y centros de distribución alejados de las gasolineras. Especialistas alertan que los cuellos de botella logísticos ponen en riesgo la autosuficiencia energética: 17 días de combustibles frente a los 61 recomendados por la AIE, racionamientos de Gas LP y una distribución basada en pipas que ya no da más.
En el discurso público, la autosuficiencia energética suele medirse en barriles producidos y porcentajes de utilización de refinerías. Pero la noticia que vuelve a poner a Pemex bajo la lupa no está en la boca de pozo, sino en el camino que recorre cada litro hasta la bomba: inventarios cortos, terminales lejos de las estaciones, falta de ductos y una dependencia creciente de pipas y barcazas.
De acuerdo con especialistas consultados por medios nacionales, la petrolera opera hoy con una red logística sometida a una presión que ya roza el límite de seguridad: inventarios de combustibles equivalentes a alrededor de 17 días de consumo, muy por debajo del estándar de referencia internacional (61 días que recomienda la Agencia Internacional de Energía para países miembros). A nivel operativo, las reservas de gasolinas y diésel pueden caer a 3–5 días, dependiendo de la demanda, lo que deja al sistema expuesto a cualquier interrupción relevante en producción, importación o transporte.
El mensaje de fondo es incómodo: la autosuficiencia en papel se desdibuja cuando la cadena logística opera sin colchón y con infraestructura incompleta.
El analista energético Ramsés Pech resume el problema con una frase que duele a cualquier operador logístico: los centros de distribución —de Pemex y privados— están demasiado lejos de las estaciones de servicio. Esa distancia se traduce en tres efectos inmediatos:
Más kilómetros por pipa: cada litro de combustible recorre más carretera antes de llegar al usuario final.
Más costo logístico por litro: diésel, peajes, mantenimiento, horas-hombre y seguros se acumulan en cada viaje.
Mayor riesgo de cuellos de botella: cualquier atraso, bloqueo, falla en flota o problema de pago a transportistas impacta de inmediato en el abasto de estaciones.
El mapa es particularmente crítico en el sur–sureste y la franja del Pacífico, donde varios estados dependen casi por completo de transporte terrestre porque no cuentan con ductos de gasolinas o diésel. Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo son ejemplos claros de entidades donde la continuidad del abasto está atada a un flujo constante de pipas y, en ciertos tramos, a barcazas de apenas 10 mil barriles.
En la práctica, la falta de cercanía entre terminales y mercado convierte cualquier incidente —un bloqueo carretero, un evento climático, un problema de pagos a transportistas— en una posible crisis de abasto regional.
La Política Pública de Almacenamiento Mínimo de Petrolíferos fijó metas graduales para que México aumentara sus inventarios. La referencia de largo plazo para países de la AIE habla de 61 días de consumo interno; sin embargo, la propia Sener reconoció que, para 2016, México apenas tenía 15 días de ventas internas, y que la meta oficial hacia 2025 para gasolineros y distribuidores era llegar a un rango de 10–15 días de ventas.
Los datos citados por analistas y medios apuntan a que hoy el país se mueve en torno a 17 días de inventarios totales de combustibles, pero con reservas operativas para gasolinas y diésel que, en momentos de alta demanda, pueden reducirse a 3–5 días.
En términos de seguridad energética, esto significa que:
El sistema puede aguantar pocos días sin embarque de importación o sin flujo desde refinerías, antes de que las terminales empiecen a vaciarse.
Cualquier evento mayor —paros simultáneos en varias refinerías, problemas en terminales marítimas, cierre temporal de importaciones— tendría un impacto casi inmediato en estaciones de servicio, especialmente en regiones sin ductos.
La autosuficiencia, entendida como capacidad de producir internamente la mayor parte de los combustibles, pierde sentido si el país no cuenta con inventarios de respaldo y una red capaz de mover volúmenes suficientes donde se necesitan y cuando se necesitan.
En Gas LP, el panorama es paradójico. Analistas estiman inventarios de 20–22 días, un colchón más amplio que el de gasolinas. Pero la fragilidad no está en el volumen almacenado, sino en la forma en que el producto se mueve. Pemex sólo produce alrededor de 30 % del Gas LP que se consume en el país; el 70 % restante se importa, lo que aumenta la dependencia de terminales marítimas, ductos y flota especializada.
La reciente alerta de la Asociación Mexicana de Distribuidores de Gas LP (Amexgas) sobre racionamiento en cinco estados —Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Tlaxcala y Estado de México—, atribuida a problemas logísticos y retrasos en entregas de Pemex, puso el tema bajo reflectores. Mientras la asociación pidió no caer en compras de pánico, Pemex respondió que cuenta con inventarios y capacidad de distribución suficientes, negando un desabasto estructural.
Más allá del intercambio de declaraciones, el evento mostró que:
Incluso con inventarios razonables, una falla en ductos (como la reportada en Poza Rica por inundaciones) puede cortar el flujo a regiones enteras.
La logística de Gas LP se apoya en una mezcla de ductos, carros tanque, buques y flota de distribución secundaria; cualquier eslabón débil se traduce en retrasos y racionamiento.
El mensaje es claro: inventarios sin logística robusta no garantizan seguridad de suministro.
Desde el IMCO, Óscar Ocampo ha insistido en un punto que el mercado conoce, pero pocas veces se reconoce en voz alta: la distribución por pipa como columna vertebral del sistema es insostenible para un país del tamaño de México.
La red de poliductos:
Es limitada en extensión.
Carece de redundancia en varios corredores clave (si falla un tramo, no hay ruta alternativa).
No se ha expandido al ritmo del crecimiento de la demanda ni de la reconfiguración de flujos entre refinerías, terminales y mercados regionales.
Esto genera un círculo vicioso:
Ante la falta de ductos o fallas recurrentes, se recurre más a pipas.
El costo de la logística se dispara (combustible, choferes, peajes, mantenimiento).
Las fallas de pago o de contratación a transportistas privados terminan traduciéndose en retrasos y escasez localizada.
El sistema permanece vulnerable a bloqueos, desastres naturales o incidentes de seguridad.
Para Ocampo, este esquema contradice la narrativa de autosuficiencia energética: un país que pretende asegurar su abastecimiento con producción nacional pero que no invierte lo suficiente en infraestructura de transporte de combustibles está construyendo un proyecto cojo. Las ineficiencias logísticas se transforman en mayores costos por litro, que tarde o temprano se reflejan en el precio final, en presiones fiscales para sostener subsidios o en una combinación de ambos.
La reducción del combustible ilícito en el mercado, aunque positiva desde la óptica de legalidad y seguridad, tiene un efecto colateral sobre la logística: la demanda que antes se abastecía por canales ilegales hoy se vuelca sobre el suministro formal.
Al mismo tiempo, el número limitado de permisos de importación privados y los cambios regulatorios de los últimos años han concentrado en Pemex buena parte de la responsabilidad del abasto nacional. Eso significa que:
La empresa debe administrar volúmenes crecientes con una infraestructura que no se ha ampliado al mismo ritmo.
Cualquier problema en sus terminales, ductos o flota tiene un impacto más amplio que en un mercado con mayor diversificación logística y de actores.
Incluso en sus reportes a autoridades extranjeras, Pemex ha reconocido que el robo de combustibles sigue siendo uno de sus riesgos operativos más relevantes, particularmente a través de tomas clandestinas en ductos. Esa vulnerabilidad es doble: afecta inventarios y desgasta la infraestructura que debería ser la columna vertebral de la distribución.
Si México quiere que la autosuficiencia energética sea algo más que un objetivo declarativo, el siguiente sexenio tendrá que corregir varias piezas:
Inventarios: pasar de 17 días totales y reservas operativas de 3–5 días a un esquema que se acerque, de forma realista, a estándares internacionales y a las metas de la propia política de almacenamiento mínimo.
Red de ductos: priorizar proyectos de poliductos en regiones donde hoy todo depende de pipas, con criterios de redundancia y resiliencia frente a desastres naturales.
Reconfiguración de TAD y centros de distribución: reducir la distancia entre terminales y mercados, y habilitar nodos logísticos intermedios.
Gobernanza y datos: contar con información pública y verificable sobre inventarios por región, capacidad de almacenamiento, flujos en ductos y estados de la red.
Para Pemex y para el Estado mexicano, el mensaje de los analistas es nítido: no hay autosuficiencia sin logística y no hay seguridad energética con inventarios al ras y carreteras saturadas de pipas.
Para las empresas del sector —gasolineras, comercializadores, flotilleras, distribuidores de Gas LP y usuarios intensivos de combustibles—, el reto es anticiparse:
Mapear su exposición a fallas logísticas por región.
Diversificar fuentes y rutas de suministro cuando sea posible.
Exigir y aprovechar mejor información pública para tomar decisiones de inversión, almacenamiento propio y contratos de suministro.
Aquí es donde herramientas de IA Regulatoria como EnergiA, alimentadas con datos oficiales de inventarios, permisos, infraestructura y eventos logísticos, pueden marcar la diferencia entre un negocio que entra en crisis ante la primera falla de ducto y otro que planea con escenarios, buffers y rutas alternas.
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